Por Jorge Ibor
AUSCHWITZ
Cuando vas crees que te va a impresionar. Si, te impresiona. Mucho más, muchísimo más de lo que puedas suponer, de lo que te puedas imaginar.
Deciros que los guías locales están especialmente seleccionados. Evitan hacer juicios de valor ni elucubraciones. Relatan lo que está demostrado. Y es algo que si se va nunca se olvida.
Yo entré. No me arrepiento. Pero no lo volveré a hacer. Y no voy a contar nada más.
WIELIJKA
Sales de Auschwitz sin hablar, pensativo, sin ganas de nada, con mal cuerpo. Pero estás de vacaciones y hay que retomar el ritmo anterior. Pues eso, directamente al coche con la tártara y a Wielijka. Comimos al lado de la entrada a las minas. Muy bien y barato por cierto. Y las visitamos.
Os recuerdo que programamos el viaje para ir de menos a más. Cada día que pasaba pensábamos que no íbamos a superar lo que habíamos visto. Pues si vais y seguís una ruta parecida ya me diréis lo que os parecen las minas.
No pueden quienes tengan claustrofobia. Aunque de sal, son minas. Solamente os diré que los obreros, según iban agotando las galerías, las llenaban de estatuas, hacían Iglesias, etc.
Por supuesto, la puesta en escena también influye. Entras en las profundidades en un ascensor que imita a los mineros, recorres galerías, tienes una iluminación magnífica, etc.
En su interior se celebran bodas y banquetes.
En la foto, una lámpara de sal.
Tienes razón, Jorge. El Auschwitz de hoy (así en alemán) está hecho para impresionar y lo consigue. No sé porqué, al visitarlo, me acordé de Anna Haren, alemana que escapó al holocausto, al que le hubieran condenado sus compatriotas por ser judía. De profesora en Estados Unidos escribió sobre la trivialización del mal. Sus compañeros de profesión y religión no la entendieron. Posiblemente le achacaron su pasión por Heidegger.
En fin, es una reflexión muy personal ante un acontecimiento que nos pone todavía los pelos de punta.