Subida al Pagasarri

Texto y fotos de Juanjo San Sebastián

 

Su gestación se produjo en el fondo de un mar de aguas cálidas y transparentes. Es joven, apenas alcanza los 50 millones de años. Los Pirineos, los Alpes o el Himalaya nacieron con él. Se ubica en un entorno que los geológos definen como “anticlinorio de Bilbao”. Su nombre es Pagasarri. No es el más alto ni el más esbelto. Sí es el más generoso, el más versátil, el más amable de cuantos montes rodean Bilbao. Hasta el punto de que, difícilmente podamos encontrar otro paraje, en ningún lugar de nuestro entorno, donde se hayan cruzado tan variados acontecimientos, tan importantes en diferentes ámbitos de nuestra historia.

Etimológicamente, su nombre refiere a un lugar espesamente cubierto de hayas. Los vestigios encontrados en su superficie se remontan a la Edad del Bronce (entre 3000 y 400 años a. de C.) y no apuntan a asentamiento humano alguno, sino más bien a actividades de pastoreo practicada desde tiempos remotos.

El nombre de nuestro monte aparece ya en la Carta Puebla de Bilbao, firmada en el año 1300 por Don Diego López de Haro, para definir el confín suroccidental de la villa (…et dende así como va el cerro á arriba fasta el Sel de Eguilud, y á Fagasarri y á Olaluceta…).

Obviamente, nadie hoy en día, asociaría al Pagasarri con un “lugar espesamente cubierto de hayas”. Y es que los inicios de la gran transformación de su paisaje, como los del resto del mundo avanzado, los encontramos a partir del siglo XVI, con los grandes viajes a América y todo lo referente a la construcción naval a gran escala.  Aparecían ya con fuerza algunos elementos que después cobrarían una importancia crucial en la historia moderna del Pagasarri: el crecimiento de las ciudades, el desarrollo industrial y algunas de sus consecuencias como el deterioro de la salud de sus habitantes. En 1575, el Gobierno Municipal de Abando ordenó edificar una ermita en honor a San Roque, santo protector contra la peste, después de que una grave epidemia de cólera causara estragos en la localidad.

La construcción de las primeras neveras en el entorno del Pagasarri, data de la siguiente centuria, siendo anteriores, al parecer, al año 1620. Eran fosos donde se almacenaba nieve prensada, que abastecían a todo Bilbao del preciado producto capaz de enfriar bebidas, pero sobre todo, de conservar alimentos y de tratar procesos febriles derivados del cólera y otras enfermedades, congestiones cerebrales o todo tipo de traumatismos. Aquellas neveras ubicadas en Igertu, y otras que se construyeron después, como las que hoy podemos ver, restauradas, muy cerca de la cumbre, abastecieron de nieve a Bilbao hasta el año 1900, cuando comenzó a producirse hielo por procedimientos industriales en la fábrica de Zorroza.

Y es, precisamente en esa época, unos pocos años antes, cuando se produce un fenómeno que convierte al Pagasarri en modelo, origen y santuario donde nacen e inician su desarrollo las primeras disciplinas deportivas practicadas de modo generalizado. No es casualidad que las primeras Olimpíadas de la Era Moderna se celebraran en Atenas en 1896. En aquellos tiempos, la vieja Europa hervía al calor de un desaforado desarrollo industrial. Muchas de sus ciudades crecían desordenadamente y en los barrios más humildes, las familias trabajadoras se hacinaban en unas condiciones de vida infrahumanas. En las últimas tres décadas del XIX, por ejemplo, Bilbao casi triplica sus habitantes, pasando de los 32.000 a los 89.000. Según datos de Gumersindo Gómez, precursor de la demografía científica en el País Vasco, la mortalidad en Bilbao superaba ampliamente a las de Glasgow o Liverpool, siendo superada en Europa solamente por la ciudad rusa de San Petersburgo. En nuestra villa, la mortalidad infantil llegó a pasar del 60%. Es decir,  sólo cuatro de cada diez niñas o niños nacidos en Bilbao llegaban a cumplir 9 años. En octubre de 1893, una epidemia de cólera se llevó las vidas de cerca de 500 personas.

A diferencia de San Petersburgo, en Bilbao no se hizo la Revolución, pero en esta ocasión, tampoco se dejó todo en manos de San Roque. En esa época se construyen los primeros lavaderos, el Centro de Desinfección Municipal y se publican una serie de normas a adoptar en escuelas, hospitales y otros edificios dando especial relevancia a la iluminación y la ventilación. La Higiene se convirtió en asignatura dentro de la carrera de Medicina, y los recién nacidos higienistas insistían en la necesidad de la limpieza y aseo corporales, las normas dietéticas y el ejercicio físico como medios para prevenir enfermedades.

En 1894, nace la Sociedad Gimnástica Zamacois de la que muy pocos años más tarde iban a surgir dos de las grandes asociaciones deportivas vascas: el Club Deportivo de Bilbao y el Athletic Club. Ambas acometían múltiples disciplinas deportivas, pero fue el Club Deportivo quien convocó las primeras citas, que resultaron masivas, en los montes del entorno de la villa.

Una de las más célebres fue la “Copa de Pagasarri”, una prueba competitiva en grupos de a cinco, que tenía cuatro objetivos bien marcados:  Acercar al Pagasarri al mayor número de gente posible, dar muestras de una impecable organización, que desplegó a 150 muchachos a lo largo del recorrido, estimular una participación más amplia para las siguientes ediciones que ya se anunciaban y difundir las bondades del deporte en general y del alpinismo en particular, a través de conferencias pronunciadas en el punto de llegada de la carrera. La convocatoria fue todo un éxito ya que , según recogieron las crónicas del Club, a la excursión acudieron cerca de 1000 personas, figurando entre ellas varias señoritas.

La segunda edición de aquella “Copa de Pagasarri”, que duplicó la participación, incluía un concurso de “máximas”, es decir, frases que pretendían extractar el espíritu y las enseñanzas de aquellas citas: “Los gérmenes morbosos solamente prosperan en los organismos débiles”, “Hombres sanos, hombres buenos”, “Mata más la inacción en este mundo, que los percances del sport más rudo”…

No sabemos si Antxon Bandrés, presidente entonces de la Sección de Montaña del Club Deportivo, o alguno de los organizadores de aquellas citas pioneras pudieron jamás imaginar su trascendencia y proyección de cara al futuro, pero lo cierto es que no cejaron en su entusiasmo: la tercera y última “Copa de Pagasarri” se celebró en 1913, con 2500 participantes. Lo que vino, a partir de 1914 fue una combinación entre las consecuencias inmediatas de lo ya realizado con un importante esfuerzo de imaginación e ingenio: mediante suscripción popular de un “tarín” (un real) se construyó la primera de las fuentes del entorno, la “Fuente del Tarín”,  a la que le siguieron unas cuantas. A la construcción de fuentes le siguieron, ya en 1915, las primeras acciones de repoblación forestal, iniciativa, primero del Club Deportivo en la que pronto Bandrés implicó al ayuntamiento, dada su doble condición de directivo del club y concejal de la corporación. Otro fruto de esta circunstancia fue la construcción del “refugio – hostería” del Pagasarri en 1919. Paralelamente, en 1914, Antxon Bandrés y sus compañeros inventaron los concursos de montaña, lanzando la idea a los cuatro vientos desde la cima del Ganekogorta. En 1924 nace la Federación Vasco-Navarra de Alpinismo, como órgano coordinador de todos los clubes montañeros que habían surgido en los cuatro territorios. Bandrés fue también su primer presidente.

Esta es la historia o, mejor, algunas de las historias que guardan el Pagasarri, Bilbao y muchos hombres y mujeres protagonistas, conocidos y anónimos, de épocas pasadas.

De modo que hoy en día nos atreveríamos a decir que somos herederos de una extraordinaria conjunción de circunstancias tales como una orografía privilegiada, unos momentos históricos excepcionales, y una capacidad de esfuerzo, de generosidad y de imaginación infinitas por parte de aquellos pioneros que frente a todas las adversidades apostaron lisa y llanamente por la vida.

Cuando en aquel cercano y lejano 1991 BBK realizó su primera convocatoria   al Pagasarri, lo hicimos conociendo a la perfección nuestra historia, inspirándonos en aquellos modelos originales, siguiendo sus pasos, recogiendo  sus valores. Sabíamos cuáles eran sus inconvenientes: a diferencia de otras elevaciones bilbaínas mucho más domesticadas, el Pagasarri merece seguir siendo considerado monte. Está fuera de Bilbao, presenta desnivel y altitud considerables, un recorrido largo, a veces incómodo, exigente siempre. Además, pusimos la cita un día de invierno, exponiéndonos a las inclemencias meteorológicas, a penalidades, a la adversidad. A todo lo que tiene sabor a auténtico.

Felizmente, ya no buscamos nuestra salud en los montes, pero seguimos necesitando de esos espacios naturales como fuente de vitalidad, de inspiración, de soledad, de magia, de humanidad, de poesía… de todas esas cosas  que caben en un concepto que merece ser llamado vida.

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