Pudo ser el rapto más importante de toda la Historia. Tras el fin de la guerra en Europa, numerosos ex combatientes de la Resistencia Francesa, sobre todo los que estaban bien informados de los hechos, se preguntaron durante largo tiempo la verdad de lo sucedido. No entendían la razón final de aquella incomprensible marcha atrás; por qué desde Londres «alguien» muy importante cortó, además a última hora, el sensacional plan para secuestrar en territorio franco al mismísimo Führer del Tercer Reich; y transportarlo después, al sur de Inglaterra, a bordo de un avión ligero de la Royal Air Force.
Y, como resulta del todo obvio, hay que hacerse una pregunta políticamente incorrecta. ¿Cuándo van a ser de acceso público los documentos sobre este espinoso tema? Como a los treinta años no fueron abiertos del todo los archivos del Reino Unido a los investigadores históricos, mucho nos tememos que, con las décadas transcurridas, los más comprometedores se hayan destruido por «accidente». Además de no cumplirse así el límite máximo señalado por la Ley de Secretos Oficiales, los directos responsables de que la denominada Operación Transnochadorquedara convertida en humo permanecen para siempre en esa oscuridad que todo lo tapa. Están aún dentro de las alcantarillas del Estado británico, libres de cualquier responsabilidad hasta el fin de los tiempos.
Debemos preguntarnos lo que pudo suceder si, al final, Adolf Hitler hubiera sido secuestrado y llevado al Reino Unido; para allí hacer compañía a su antiguo lugarteniente Rudolf Hess, jefe del NSDAP y ministro de Estado. Es muy posible entonces que ello hubiera supuesto acortar la duración de la guerra, salvándose de tal forma millones de vidas; evitando tantos padecimientos a civiles y militares. Y, por supuesto, significaba el fin de la letal opresión sobre judíos y gitanos con la vergüenza de los campos de exterminio.
La oportunidad de poder descabezar al nacionalsocialismo alemán de un golpe magistral, encerrando en una prisión británica de máxima seguridad al hombre que, con mano de hierro, dirigía los destinos del Tercer Reich equivalía a dejar literalmente «huérfanos» a Keitel, Bormann, Göring, Himmler, Jodl y otros colaboradores cercanos al dictador de la cruz gamada. Por otra parte, era impensable que el primer ministro del Reino Unido, Winston S. Churchill, permitiera el canje del fundador del nazismo una vez consumado el secuestro en Francia; incluso con una fabulosa suma de dinero de por medio.
En el terreno de las hipótesis con base auténtica, lo único viable era la rendición incondicional de Alemania y sus aliados del Eje. Siguiendo por esa línea de exigencias, Berlín no podría haber ordenado ningún tipo de represalia en gran escala por temor a provocar, como letal respuesta inmediata, la muerte del ex cabo de un regimiento bávaro en la Gran Guerra; un hombre insignificante en sí, pero convertido en autócrata por los diabólicos caprichos del más cruel destino.
En todo caso, lo realmente verídico es que se dejó pasar una excepcional oportunidad durante enero de 1943, la que hubiera sido una de las noticias del siglo en todo el planeta. Sin embargo, por no se sabe todavía qué temor encubierto de las máximas autoridades británicas, lo planificado en Francia quedó en nada. Pudo torcerse muy bien el curso de los acontecimientos bélicos que el Viejo Continente debía soportar hasta que Hitler buscó refugio en el insalubre búnker de la Cancillería del Reich; cuando después optó por el suicidio antes de caer en manos de las vengativas tropas soviéticas. Solo entonces se produjo la rendición incondicional alemana.
La visita secreta del Führer
Tras la ocupación de París por una División de Infantería del Ejército de Tierra de la Wehrmacht —14 de junio de 1940—, el máximo dirigente nazi sintió grandes deseos de girar una visita «turística» a esa capital, tan moderna como grandiosa por muchos aspectos. Además, aunque sentía verdadera pasión por contemplar sus monumentos, deseaba exhibir in situ su inequívoca condición de aplastante vencedor ante la opinión pública mundial.
Y realmente Hitler se dio prisa por cumplir sus más íntimas ansias artísticas, nueve fechas después de producirse la ocupación de la gran urbe del Sena. Su cuatrimotor Fw 200V-1 pudo volar desde el aeródromo de Gros Caillou al de Le Bourget, a las 05:30 del 23 de junio; bien protegido, en todo momento, por una escuadrilla completa de cazas Bf 109. Tras ello, un convoy de diez vehículos se puso en marcha, con el Führer en cabeza del primero de los tres Mercedes blindados situándose junto al conductor, y con los arquitectos Speer y Giessler, y el escultor Becker también, en el asiento trasero. Desde las 06:00, contempló in situ las maravillas de una deprimida «Ciudad de la luz» que, no obstante, a los pocos días iba a recuperar una aparente normalidad.
La fecha anterior, el déspota que regía los destinos del Tercer Reich había podido borrar la «vergüenza» del Tratado de Versalles en el bosque de Compiègne, noroeste de París. Lo hizo en el mismo vagón de ferrocarril donde la Alemania del Kaiser Guillermo II se vio obligada a firmar el acta de rendición, 11 de noviembre de 1918. Los fotógrafos que cubrían el recorrido pudieron sacar algunas instantáneas de Adolf Hitler en plan radiante; hasta bromista, a ráfagas. Era por aquel momento tan soñado en sus delirios noctunos de dominación mundial, producto de la rápida victoria que ponía a Francia humillada a sus pies.
Su siguiente visita oficial a territorio franco sería realizada con motivo de las entrevistas con Pierre Laval —vicepresidente del colaboracionista Consejo de Vichy—, el máximo dirigente español: Generalísimo Francisco Franco, y el anciano mariscal Pétain, los días 22, 23 y 24 de octubre de 1940 respectivamente. A partir de las fechas mencionadas, se pierde para siempre la pista del autócrata nacionalsocialista en Francia. Es más, de forma oficial se afirma incluso que jamás volvió a pisar su suelo.
No obstante, varios lustros después de terminar la Segunda Guerra Mundial se irían conociendo detalles de una visita privada, efectuada en enero de 1943. Y precisamente de ahí arrancó la extraordinaria oportunidad de secuestrarlo. Aunque a primera vista podría parecer algo descabellado, la operación resultaba bastante factible; tal como se analizará enseguida. Vamos a entrar, por eso mismo, en los detalles que demuestran fehacientemente la gran oportunidad perdida por los Aliados occidentales para cambiar la historia del gran conflicto bélico.
Una ocasión única
Lo que muy bien pudo ser el suceso más asombroso de toda la SGM, constituía, en el fondo, una idea sencilla cuyo desarrollo iba a ser cuidadosamente preparado. Para empezar, varios miembros de la Resistencia Francesa dieron aviso a Londres —por medio de los jefes del SOE camuflados en Francia; siglas correspondientes al Special Operations Executive— de que Hitler pensaba realizar una visita secreta a su patria parcialmente ocupada por la Wehrmacht. ¿Y cómo había llegado a sus oídos tan valiosísima información? Por puro azar del destino, resultó que la esposa de uno de los más combativos patriotas francos trabajaba de camarera en una lujosa residencia de Châteauroux. Estaba ubicada a 270 kilómetros al sur de la capital del Sena, casi en el centro del país, próxima a la pequeña localidad de la Champagne del Berry. Todo comenzó cuando esa señora descubrió que el Führer del Tercer Reich tenía previsto pasar 48 horas seguidas de descanso en aquella casa del siglo XVIII, algo reformada después en el decimonónico.
La oportunidad de atentar contra él o de secuestrarlo tal vez, se presentaba única. En esta al menos, Adolf Hitler solo debía ser acompañado por un reducido grupo de generales y jefes. Mientras su compañera sentimental, Eva Braun, tenía prevista la compra de diversas pieles y joyas en París, el todavía amo de media Europa se pensaba conformar con la bucólica contemplación de la naturaleza. Para proteger su breve estancia en aquella zona, plagada de paisajes vitícolas con sus bodegas, casas y laderas, Heinrich Himmler dispuso una escogida guardia pretoriana formada por veinte hombres con uniforme negro. El propio jefe supremo de las SS los había escogido en persona con sumo cuidado, uno a uno. Todos eran excepcionales tiradores y, lo más importante, dispuestos a sacrificar su vida sin vacilar para salvar la integridad física del líder supremo.
A mediados de enero de 1943 —luego de comprobar, la camarera, que se estaban intensificando los preparativos para la visita del temible autócrata enemigo—, la Resistencia Francesa se dio prisa por enviar a uno de sus oficiales al Cuartel General del SOE británico en Francia. Era para estudiar si se podía iniciar una operación conjunta contra Hitler, algo que en Londres no podían ni soñar por lo inesperado de aquella visita encubierta, así como las facilidades en perspectiva.
A comienzos del mismo año, el Servicio de Operaciones Especiales se hallaba muy bien organizado en el país de la antigua Galia. Además de mantener contacto diario por radio con la capital del Reino Unido, lo más trascendental era que disponía de media docena de aeródromos perfectamente camuflados. De ellos salían y entraban los aeroplanos de la Royal Air Force con bastante regularidad; manteniendo el necesario relevo de hombres, y el nivel de suministros para realizar sabotajes. Por pura suerte en este caso, una de las improvisadas pistas de hierba se encontraba en el mismo departamento de Indre. La habían ubicado a pocos minutos en automóvil de la residencia donde el dictador nazi pensaba alojarse dos días.
El SOE por dentro
La tan inesperada oportunidad de tener a Hitler en una lujosa casa de campo francesa, únicamente bajo protección directa de esa veintena miembros de las SS, constituía algo demasiado tentador para no pensar en una acción violenta. Uno de los altos jefes del SOE en Francia escuchó con aire escéptico la increíble novedad presentada por un nervioso oficial de los maquisards. Pero, poco a poco, su interés en el asunto fue in crescendo.
A resaltar que el SOE contaba con una vasta red de saboteadores. El primer documento que menciona la existencia de esta organización secreta lleva la firma de Neville Chamberlain. Constituyó el postrer acto en la vida política del primer ministro que vergonzosamente había claudicado en la Conferencia de Múnich para salvar la paz; siendo sustituido, más tarde, por el mucho más enérgico Winston S. Churchill.
El Special Operations Executive se formó el 22 de julio de 1940, mes y medio después del triunfal reembarque efectuado desde la cabeza de playa de Dunkerque por los aliados franco-británicos; catalogado de un auténtico «milagro» en el infierno, bajo las bombas y las balas de los aviones de la Luftwaffe. Pensando en el regreso al Continente, algo que entonces parecía utópico, el n.º de Downing Street dispuso que el SOE debía empezar sus primeras misiones encubiertas ofreciendo apoyo a todos los movimientos de resistencia en la parte de Europa ocupada por los alemanes; además de coordinar su acción. Y ello incluía entonces, por supuesto, a los Países Bajos, Francia, Noruega, Bélgica, Polonia, Luxemburgo, Dinamarca y Checoslovaquia.
Al frente de todo el Special Operations Executive fue colocado el ministro de Guerra Económica, Hugh Dalton. Designado por el premierChurchill para asumir la responsabilidad política de la nueva organización que debía ejecutar misiones de reconocimiento, espionaje y sabotaje, este laborista enseguida tomó como modelo a seguir el IRA surgido durante la Guerra de independencia de Irlanda. Se trata de alguien a quien su biógrafo Ben Plimlott contempla como político inspirado, así como un verdadero radical.
La consigna dada por el propio Winston S. Churchill a sus colaboradores más directos resultó así de contundente: «¡Prendan fuego a Europa!» Como primer director, el SOE contó con Sir Frank Nelson, alto funcionario y miembro del Partido Conservador. Más adelante, noviembre de 1940, Colin Gubbins —un coronel recién ascendido a brigadier— quedó designado jefe de Operaciones de aquella organización en la sombra. En el libro Virtual History, que firman al alimón Andrew Roberts y Niall Ferguson, este audaz e ingenioso castrense de carrera ha quedado definido como «uno de los héroes anónimos de la guerra». El ministro Dalton lo eligió en persona a cuenta de su amplia experiencia en acciones bélicas que iban desde cuando ganó la Cruz Militar, en el transcurso de la Gran Guerra —por rescatar heridos bajo intenso fuego enemigo en la batalla del Somme—, a su muy destacada participación en el conflicto armado de Irlanda, la Guerra Civil Rusa y la Campaña de Noruega.
Instalado en unas amplias oficinas de la Baker Street —más próximas, en realidad, a Regent’s Park que del Támesis—, el Special Operations Executive contó muy pronto con secciones extranjeras, aparte de la puramente británica. Eran las tres de apoyo directo: noruega, francesa y holandesa. Aparte de esa disposición interna, el secretismo era tal que en sí muy pocos ciudadanos del Reino Unido estaban al tanto de su existencia. Los hombres que lo formaban, incluidos los políticos vinculados, en ocasiones lo solían denominar «los irregulares de Baker Street» tras su ubicación en Londres. Asimismo, en lenguaje coloquial al SOE le lo conocía como el «Ejército secreto de Churchill».
A día de hoy, sabemos fehacientemente que los tres primeros años de actividad de esta organización resultaron muy duros, dado que los agentes enviados al Continente eran identificados por la Gestapo y las SS con demasiada facilidad. Se debía sobre todo a la mala calidad de los certificados y documentos falsificados que debían camuflarlos. En 1943, para superar el fiasco técnico con esas deficientes copias, el Science Museum entregó papeles tan iguales a los auténticos que los esbirros de Himmler no se mostraron capaces ni de detectar el más mínimo fallo. Por ese mismo motivo, cesaron todas las detenciones en la Europa aún ocupada por los nazis.
Desde el verano de 1940, la BBC apoyaba las acciones del SOE en territorio francés. Dispuso para esa misión radiada de una sección especial de programas siempre destinada al envío de instrucciones en clave. Por ejemplo, un sencillo mensaje como «John no se ha afeitado esta mañana», podía significar la llegada de aviones de la RAF a los improvisados aeródromos provistos con tan buen camuflaje. Asimismo, tal vez suponía el lanzamiento de equipos bélicos en un determinado punto fijado de antemano; o quizás la orden para proceder a la voladura de un puente, al considerarlo de valor estratégico; o, por variar, instrucciones con el propósito de atacar un convoy ferroviario de los ocupantes.
Perfecta planificación
Volviendo a la extraordinaria novedad hitleriana ofrecida por el oficial de la Resistencia Francesa al alto jefe del SOE establecido en Francia, este acabó al final totalmente convencido de que era preciso actuar de inmediato. Así que solicitó una ampliación de datos sobre la forma en que el secuestro se podía llevar a buen término. Ello incluía, gracias a la colaboración de la camarera, un plano exacto de la finca con la lujosa residencia, e incluso la habitación que Adolf Hitler debía ocupar para pernoctar. Ya estaban seleccionados doscientos maquisards, lo mejor que existía entre los combatientes clandestinos del centro del país sometido a la bota de la Wehrmacht tras la vergonzosa derrota de aquella primavera de 1940. Se trataba de un personal dispuesto a todo con tal de asestar duros golpes a los odiados alemanes.
Según lo planificado por el Estado Mayor de las Forces Françaises Combattantes, cincuenta guerrilleros tenían que participar en el asalto frontal a la residencia; algo apartada del núcleo de viviendas de Châteaurox. Otro número igual estaría al servicio de cualquier reacción posterior enemiga. Los cien restantes debían permanecer más lejos, camuflados en los bosques circundantes, para actuar si su presencia era precisa. Nada se podía dejar al puro azar, pues la Resistencia Francesa pensaba impedir toda comunicación telefónica con la vivienda cortando los correspondientes cables.
Pero aún quedaba un último obstáculo. Era la absoluta necesidad de que saltaran por los aires las tres emisoras de radio montadas por las SS en la planta baja del edificio. A su vez, los dos coches blindados, situados en la parte trasera, debían ser destruidos con potentes bombas. Otros equipos de saboteadores iban a hacer intransitables tanto caminos vecinales como carreteras, comprendiendo ahí un radio de hasta veinte kilómetros. Estaba previsto que solo quedara libre el acceso al aeródromo secreto, que era una campa muy llana con las señales camufladas a la perfección en horas diurnas.
Con semejante preparación militar, el SOE únicamente debía limitarse a poner a disposición de las Forces Françaises Combattantes un aeroplano ligero de transporte a la hora convenida. Esto es, justo en el momento de producirse el ataque a la mansión. Se había calculado de tal forma para que el despegue del personaje secuestrado fuera inmediato desde la zona bajo fuerte custodia. Ello se consideraba suficiente con el propósito de volar luego a gran altura hacia Inglaterra. Una vez en esa ruta de regreso, sobre la costa francesa, una escuadrilla completa de cazas de la Royal Air Force debía proporcionar escolta.
Como sobre el papel de planificar todo parecía fácil —quizás demasiado, tratándose de más ni menos que del temible déspota del nacionalsocialismo alemán—, los mandos del SOE destacados en el territorio francés optaron por lo más lógico. Primero quisieron estudiar, al detalle y sobre el propio terreno, las auténticas dificultades de la sensacional operación a emprender. Así las cosas, los agentes especiales británicos llegados a Châteauroux —en este caso, disfrazados de operarios de una de las industrias de paños de la zona— descubrieron asombrados, en las cercanías de la magnífica mansión campestre elegida como objetivo, que la Resistencia Francesa no había exagerado lo más mínimo.
Más aún, pues todo era bastante mejor que lo planificado por los audaces maquisards, dado que el edificio estaba rodeado por densos arbustos. Eso iba a permitir la presencia de noche del medio centenar de combatientes irregulares previstos, apostados a unos cincuenta metros de la puerta principal. Era lo previsto antes de que los SS de guardia pudieran descubrirlos, dando la primera señal de alarma. El siguiente paso suponía el ataque en masa con amplia superioridad numérica y el factor sorpresa de su parte, cuando casi todos los uniformados de negro se encontraban dormidos. Manteniendo la iniciativa, se debía volar de inmediato la central de comunicaciones de la planta baja. A partir de ahí, nadie ni nada podría salvar a Hitler al encontrarse todas las carreteras cortadas menos la que llevaba al cercano e improvisado aeródromo secreto. Pero tanto los mandos del SOE en Francia como los pertenecientes a las Forces Françaises Combattantes, calcularon una posibilidad que podría desmontar su plan. Era que el dictador nazi, al verse acorralado y perdido sin remedio, hiciera uso inmediato de la pastilla de cianuro que siempre portaba.
Los mensajes decisivos
Un camión Renault ADR de la Resistencia Francesa llegó a efectuar varias pruebas, con el fin de comprobar exactamente lo que tardaba en recorrer la distancia desde la finca donde descansaría el Führer hasta la escalerilla del avión británico escogido. Y el cronómetro ofreció una media de diecisiete minutos. Por si ello fuera poco, en un claro cercano que existía en los bosques situados detrás de la casa convertida en objetivo el aeroplano bien podría intentar el aterrizaje; siempre ello en el caso de disponer de menos tiempo, como consecuencia directa de una emergencia máxima no prevista. Por ejemplo, si una emisora de radio enemiga tenía margen de tiempo para solicitar ayuda antes de ser destruida o por llegar los paracaidistas de la Luftwaffe en un tiempo récord. Sin embargo, esto último se consideraba muy improbable.
Con los jefes del SOE en Francia totalmente convencidos de la idoneidad del secuestro del siglo, solo restaba pedir el avión preciso al Cuartel General de la Baker Street. Y en ese intervalo de tiempo, a la espera de la confirmación oficial procedente de Londres, se llegó a discutir hasta el extremo de si era preferible esposar al Führer o, tal vez, administrarle la inyección de un ansiolítico como el amytal sedium para transportarlo en el camión seleccionado. Se consideró que era la forma de hacerlo subir sin problemas a un avión de enlace y apoyo, por la escalerilla de acceso ubicada en el costado de babor de la cabina de atrás.
Al comenzar la última semana de enero de 1943, la jefatura del SOE que operaba en territorio francés hizo llegar a la capital británica la primera información oficial de laOperación Trasnochador. Era el nombre con que se había bautizado el espectacular plan de secuestro. Un mensaje en clave fue enviado por radio desde algún lugar de Francia a la urbe del Támesis:
TODO A PUNTO PARA CAPTURAR A HITLER CON OCASIÓN DE SU VISITA PRIVADA A FRANCIA. SOLO SE NECESITARÁ ENVÍO DE UN AVIÓN TIPO LYSANDER. SE UTILIZARÁ PERSONAL PERFECTAMENTE ENTRENADO, Y HAY MÁXIMAS POSIBILIDADES DE QUE LA OPERACIÓN SALGA BIEN. RESPONDAN URGENTEMENTE.
El monomotor elegido, perteneciente al 138.º Escuadrón de la Royal Air Force, era un Westland Lysander MkIIISCW con su característica ala de implantación alta. Dado su excepcional rendimiento detrás de las líneas enemigas, apoyando a los guerrilleros de naciones ocupadas como Bélgica y Francia, se trataba del aeroplano idóneo para ser utilizado en misiones clandestinas. Lo mismo servía para llevar espías que para efectuar la repatriación de aviadores aliados caídos en los territorios aún controlados por el Ejército de Tierra de la Wehrmacht, las SS y la Gestapo; e incluso en el transporte de prisioneros de guerra.
De hecho, se trataba de la primera aeronave de la RAF en llegar a Francia en los albores de la Segunda Guerra Mundial, así como la última en abandonar ese país desde la playa de Dunkerque. Podía alcanzar una velocidad máxima de 341 km/h, e iba armada con cinco ametralladoras. Además, lo fundamental es que se mostró capaz de aterrizar y despegar desde pistas muy poco preparadas. Lo garantizaba la robustez de su conjunto, lo mismo que las características del motor estrella Bristol Mercury de 870 hp; el cual le proporcionaba una autonomía máxima de 970 kilómetros.
Pensando que todo estaba hecho con el último eslabón imprescindible, al solicitar el concurso del avión para tan delicada misión, los máximos responsables del SOE destacados en territorio francés coordinaron esfuerzos con los jefes de las Forces Françaises Combattantes. Había que repasar los más mínimos detalles con toda celeridad, dado que la respuesta definitiva de «los irregulares de Baker Street» solo podía tardar un máximo de 24 horas hasta que aparcara el impresionante Mercedes-Benz 770K blindado del autócrata nazi ante la puerta de la residencia campestre sometida a tanta vigilancia. Pero cuál sería la sorpresa de todos aquellos cuando llegó, al fin, el mensaje del centro nervioso del Special Operations Executive. Constituyó algo que sentó como el contenido de un tonel de agua helada que los hubiera caído encima de golpe:
SE HA ESTUDIADO LA PROPUESTA «TRANSNOCHADOR» Y SE ORDENA QUE SE CANCELE. REPETIMOS, CANCELE. NO SE PUEDE PERMITIR QUE PLANES IMPETUOSOS PONGAN EN PELIGRO LA ORGANIZACIÓN Y EL PRESTIGIO DEL SERVICIO DE OPERACIONES ESPECIALES EN FRANCIA. PROSIGAN REALIZANDO MISIONES ENCOMENDADAS ANTERIORMENTE DE ACUERDO CON LAS ÓRDENES.
Ante semejante comunicación, muchos creyeron que en el SOE no habían llegado a captar la importancia de la excepcional operación propuesta. Se trataba de algo que podía cambiar el curso de la guerra. ¿O acaso no lo contemplaban como factible? Por ese mismo motivo, pensaron que debía haber un malentendido ante la gran concentración de mensajes que a diario llegaban a Baker Street de la Europa ocupada por la Whermacht; a no ser que, tal vez, se trataba de un grave error al descifrar la novedad de que el mismísimo Adolf Hitler en persona estaba literalmente al alcance de la mano. Y ello, claro está, luego de varios y rocambolescos planes frustrados para acabar con su vida, siempre por parte de los británicos.
De este modo, los máximos responsables del Special Operations Executive en territorio francés insistieron al mandar una nueva comunicación al brigadier Colin Gubbins:
«TRANSNOCHADOR» COMPLETAMENTE A PUNTO. PEDIMOS URGENTEMENTE RECONSIDEREN LAS ÚLTIMAS ÓRDENES.
Pero a las cuatro horas justas llegaba la fría réplica de la oficina del jefe de Operaciones del SOE, ahora a modo de ducha de contraste o escocesa:
ABANDONEN «TRANSNOCHADOR». REPITO. ABANDONEN «TRANSNOCHADOR». ÓRDENES DEFINITIVAS.
Lo que tanto los jefes del SOE destacados en Francia como los mandos de las Forces Françaises Combattantes ignoraban por completo, era la existencia ultrasecreta de un búnker alemán en el interior de un bosque que parecía impenetrable. Por lo tanto, jamás tuvieron la oportunidad de atentar ahí contra el Führer y su séquito. Entre aquellos muros de hormigón armado fraguado, y recién «curados» con riego de agua, Hitler planeó, con sus asesores, la Batalla de Inglaterra por la superioridad aérea de la Luftwaffe sobre la RAF.
Esta gran novedad no se ha hecho pública hasta octubre de 2017, a cuenta de la obstinada búsqueda de un joven fotógrafo natural de París. Publicó enseguida unas instantáneas a color en Facebook que probaban su existencia, así como la de una enorme piscina exterior. Camuflada bajo lonas mimetizadas, sirvió para esparcimiento veraniego de los oficiales de la Wehrmacht. En el interior de un recinto envuelto por la maleza, Marc Askat halló también diversas obras de arte robadas de los museos durante la ocupación; tal como las muy valiosas del pintor simbolista austriaco Gustav Klimt. Sin embargo, la exacta ubicación del único búnker usado por Adolf Hitler en Francia ha sido prohibida por el Ministerio de Defensa a cuenta de que aún lo usan los miembros de la Legión Extranjera en ejercicios especiales de lucha guerrillera. De forma que, por tiempo indefinido, su descubridor oficial en modo alguno podrá publicar las coordenadas donde se encuentra esa construcción levantada con hierro y hormigón.
Preguntas sin respuesta
¿Qué había provocado semejante marcha atrás en Londres? Era cuando todo se encontraba a punto para ejecutar el secuestro que nadie podía ni siquiera imaginar con anterioridad. Ante tamaña sorpresa de última hora, los jefes de las Forces Françaises Combattantes no disimularon precisamente el gran disgusto que sentían con sus aliados británicos. Jamás perdonaron esa última y lacónica respuesta, la que definitivamente echaba tierra sobre todo lo planificado con tanto detalle. Se había perdido una ocasión única para acabar con el Führer. Además, dando pie entonces a demasiadas conjeturas.
Como directa consecuencia inmediata, diversos destacamentos de la Resistencia Francesa llegarían al extremo de romper toda coordinación con el SOE. Actuaron así, por su cuenta y riesgo, hasta producirse el final de la ocupación alemana; sobre todo por parte de los maquisards de ideología comunista, que no eran pocos precisamente.
Volvemos sobre la negativa a conceder permiso para atentar contra Adolf Hitler. ¿Tanto era el riesgo que no se podía ni intentar siquiera el secuestro más trascendental de todos los tiempos? ¿Qué temían en Londres con la captura del dictador nacionalsocialista? ¿Acaso provocar una venganza masiva por parte de los aeroplanos de la Luftwaffe, cuando esta se encontraba en franco declive tras las gravísimas pérdidas sufridas en los frentes soviéticos? ¿Era mejor prolongar el conflicto bélico por tiempo indefinido y, a la vez, el sufrimiento de millones de seres humanos inocentes recluidos en los campos de concentración y exterminio?
A día de hoy, después de tanto tiempo transcurrido, continúan siendo preguntas sin respuesta coherente. Somos, por ello, muy conscientes de que jamás llegarán a tener el privilegio de ser objeto de una concienzuda investigación con documentos oficiales en la mano. Pero son precisamente los que faltan. Nadie sabe nada de ellos en el Reino Unido porque, con toda certeza, pasaron de un modo muy conveniente a ser víctimas de la temperatura en que el papel se inflama y arde. Aunque de forma oficial faltan los nombres y apellidos de los directos responsables, desde aquí damos algunas pistas para encontrarlos.
Siguiendo la elemental escala de mando, no hay la más mínima duda de que el brigadier Gubbins —al fin y cabo, solo un alto militar que obedecía órdenes superiores sin rechistar nunca— quedó al margen de la decisión final que cortó de raíz la genial planificación para proceder al secuestro del máximo dirigente político y militar del Tercer Reich. Queda el ministro laborista de Guerra Económica, Hugh Dalton. Hablamos de alguien que, por fuerza mayor, lo hubo de tratar con el premierWinston S. Churchill al ser ambos miembros del Gobierno de Unidad Nacional; surgido como producto de una emergencia bélica, 10 de mayo de 1940. Pero ambos se llevaron a la tumba su inconfesable secreto táctico, la verdadera razón por la que dejaron pasar una increíble oportunidad de cortar para siempre la cabeza más visible del monstruoso nacionalsocialismo alemán.
José Miguel Romaña
Autor de la novela histórica ‘Toscana’

Un comentario en “¿Qué impidió, en realidad, el secuestro de Hitler?”
Lectura muy interesante y que ha mantenido todo mi interés
Al final el autor llega a la conclusión de que el secuestro muy bien planificado, no se intentó por decisión política británica de altísimo nivel, que él no llega a entender.
Yo creo que no se intentó, porque al régimen nazi en aquel momento no se le derrotaba cortándole la cabeza. El autor aventura que los lugartenientes de Hitler no hubieran seguido con la guerra ni con las atrocidades que realizaba el régimen de Hitler, pero yo pienso que el motivo de esa decisión, fue precisamente que esos políticos británicos tendrían otra opinión en cuanto a la capacitación de esos posibles sucesores de Hitler, y hasta pudieron llegar a pensar que Hitler era un buen corcho para todo el veneno que llevaba aquella botella nazi.
Extiendo también como posible este aventurado razonamiento a la actual guerra de Ucrania y a Puttin.