Mandalay (II)

El programa de este día incluía una excursión privada en barco.

Nos levantamos pronto y tras desayunar nos encaminamos a un modesto muelle en la margen derecha del imponente rio Irawadi.

El lugar nos dio una imagen penosa. Había en la misma orilla un campamento de gente muy humilde en el que la suciedad y el desorden imperaba.

Sucede que el rio con los monzones sufre un crecimiento enorme ya que aunque sólo suponga unos 3 o 4 metros de altura hay que tener en cuenta la gran anchura de su cauce lo cual, unido a que no hay desniveles significativos, hace que tan apenas produzca daños, salvo los años de inundaciones extremas.

Pienso que esta situación es similar a la que se da en Egipto con el Nilo. En ambos casos supone una gran y necesaria aportación a la riqueza agrícola.

Cuando baja el agua a su nivel habitual se forman en su cauce unas islas con la arena que llega arrastrada por la lenta corriente, material que resulta muy útil para ser utilizado en la construcción.

Los habitantes de las suaves montañas, agricultores muy pobres, bajan para trabajar temporalmente transportando la arena de esas islas hasta tierra firme.

Para poder vivir a poca distancia y con menos gastos se establecen en campamentos provisionales en la zona junto al rio que serán arrasados por las crecidas que origine el siguiente monzón.

Transportan la arena de las islas a tierra firme en barcazas y de allí, utilizando cestos que llevan sobre la cabeza, especialmente las mujeres, la van subiendo por relevos hasta los camiones que les están esperando.

                                                                             Campamento

El campamento provisional, donde hacen su vida esos meses, estaba totalmente lleno de porquería. En la zona de comer había un niño defecando, unos cuantos cerdos y perros vagabundos (delos que hay muchos en Myanmar) campando a sus anchas y se notaba que nadie se preocupaba de limpiar lo que en unos meses, con la nueva crecida, se llevará el agua.

Atravesando tan precaria zona llegamos a la de las embarcaciones de las cuales una estaba destinada para nosotros en exclusiva. Calculo que el barco tenía unos 25 – 30 metros de eslora. Parte de la cubierta estaba protegida del sol por lonas y toda ella amueblada con sillas, sillones y mesas de bambú.

Zarpamos rumbo a Mingún o Min Kun, El trayecto, unos 11 km., duró algo más de una hora.

                                                                    Navegando por el Ayeyarwadi

Fuimos acompañados por otros barcos, con bastantes pasajeros en cada uno, que iban al mismo destino mientras, entre otras cosas, tomábamos un reconfortante té con pastas.

              Lavando la ropa en el poblado junto al río

En el recorrido por el impresionante y bello rio vimos en sus orillas a campesinos, agricultores, pastores, mujeres lavando la ropa en sus aguas, etc. No muchos ya que la zona no está demasiado habitada. Mientras tanto, en el barco, nos vendieron a buen precio sombreros típicos y bonitos libros de fotografías.

Regateamos. Cada vez que decíamos un precio el marinero tenía que consultar por teléfono a su jefe en tierra y nos respondía con otro importe. Así fuimos ajustando y, por tanto, navegando con entretenimiento añadido.

Desembarcamos y tras rodear un hermoso campo de cacahuetes subimos por un camino en ligera pendiente con puestos de venta para turistas a ambos lados, hasta acceder a la imponente Pagoda inacabada de Mingún. A pesar de que fue dañada por un fuerte terremoto en 1838 pudimos admirar e imaginar lo impresionante que hubiera sido la entonces proyectada como mayor Pagoda de todos los tiempos.

Cuentan que el Rey que la mandó construir a principios del Siglo XIX ralentizó la obra cuando un adivino le advirtió que en cuanto la finalizase perdería el gobierno y le matarían.

Años más tarde, como consecuencia del seísmo mencionado, la paralizada construcción quedó partida de arriba abajo en un lateral como es fácil de apreciar en la fotografía. Esto hace que sea imposible retomar las obras quedando en el estado actual como una atracción turística.

Cerca de la Pagoda nos encontramos con la “mayor campana del mundo” que en realidad debe ser la segunda ya que es menor que la de Santa Catalina en el Kremlin como nos reconoció San Yu. Tiene una altura de 4 metros y una circunferencia de 5. Está apoyada sobre unos maderos a una altura de medio metro por encima del suelo.

Estaba prevista para ser ubicada en la Pagoda inacabada. Y como nunca se terminó, ahí está, esperando para ser utilizada. Pesa más de 90.000 kilos. Dentro caben varias personas de pie.

Tocamos las campanadas de rigor, siempre en número impar, y San Yu nos comentó que había un fenómeno “misterioso” que hacía que en el interior de la campana no se oyera nada del exterior, ni siquiera cuando la golpeaban.

Entré y, claro está, era una broma, la primera que San Yu nos hizo. El sonido casi me revienta la cabeza. Como más tarde ratificamos, los birmanos tienen un humor muy especial, bastante molesto.

                                                                     Pagoda inacabada

A continuación nos encaminamos a la cercana, blanca y preciosa, Pagoda Hsimbyume,  construida también a principios del siglo XIX por un príncipe en homenaje a su querida novia que tenía ese nombre y que falleció al dar a luz a su primer hijo.

Tiene siete estados o terrazas concéntricas que representan, según nuestro guía, los siete mares y, según otras fuentes, el sagrado y mitológico Monte Meru en cuya cima, según los hinduistas, habita el dios Shivá. Su blanco inmaculado sorprende y deslumbra.

Tras hacer una breve visita seguimos andando hasta lo más alto de un monte cercano en cuya cima hay un pequeño monasterio. Sus monjes, que conocían a San Yu, nos invitaron a tomar un té acompañado de unas pastas servidas en sus propias cajas que abrieron para nosotros.  Nos hicimos otra serie de fotos con ellos que, mientras tanto, nos preguntaron bastantes cosas sobre nuestro país.

Abandonamos Mingún no sin antes ser abordados por las agradables, simpáticas y nada agobiantes vendedoras de los puestos del camino. Como no puede ser menos y tras los oportunos regateos compramos unas cuantas cosas.

El retorno en el barco fue tan agradable y placentero como a la ida o más. Estuve un buen rato charlando relajadamente con San Yu. Me comentó que tenía como clientes a un matrimonio residente en Bilbao, médicos ambos, que estaban enamorados de Myanmar donde viajaban a menudo. Les atendía personalmente. Me facilitó sus nombres pero no los recuerdo. También me ofreció sus servicios por si alguna vez algún conocido o mis propios hijos, familiares o amigos querían ir de turismo por allí.

En febrero de 2020 se presentó esta oportunidad. Ana y Guillem, su pareja, viajaron a Myanmar. Pero me lo comentaron tarde y cuanto se pusieron en contacto con él ya tenía apalabrado otro servicio.

Tras atracar en el mismo punto de tan lastimosa imagen, volvimos a Mandalay y después de asearnos en el Hotel y aprovechando que teníamos tiempo libre salimos a caminar por nuestra cuenta. Nos dirigimos hacia el foso del Palacio para ir acercándonos a la que parecía era la calle principal y, supuestamente, la más comercial de la ciudad.

La contaminación de las abundantes motos era insoportable. Nos picaban los ojos y la garganta. Cruzar las calles era una odisea. Por si fuera poco las escasas aceras estaban ocupadas por más motos o por montículos de gravilla para obras.

                                                     Pagoda Hsimbyume

Un poco cansados de caminar sin un rumbo claro y en esas condiciones tomamos un taxi y nos desplazamos hasta la Cafetería JJ que habíamos visto al salir del hotel, donde nos alojamos, muy moderna y de diseño occidental. Tomamos unas cervezas y pedimos unas patatas fritas para acompañar. En su lugar nos sacaron plátanos fritos, muy ricos, y algún fruto seco. El sitio, nuevo, lo catalogamos como de alto nivel y bajo precio.

Caía la tarde. Nos fuimos de nuevo a cenar a la azotea del hotel. Como he dicho antes esa noche había mucha gente: con nosotros se llenó el recinto. Supongo que por la altura y por estar el hotel en una zona con poco tráfico, la contaminación no se notaba.

Pasó que a Son Yu se le olvidó avisar de nuestra asistencia y del menú que queríamos. Nos entendimos como pudimos. Lo especialmente complicado fue explicar que la cuenta la pagaría nuestro guía al día siguiente como así hizo.

Debo resaltar que el hotel estaba en una calle sin tráfico ni ruido.

(continuará)

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Un comentario en “Mandalay (II)”

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