La puerta abierta


Corría el mes de marzo del año XXXX, cuando nuestro subdirector de área llego con un nuevo compañero, se lo presento a todos los jefes, menos a nosotros los humildes empleados, que por cierto éramos los que íbamos a estar más cerca de él, yo concretamente justo enfrente, a dos pasos de su despacho. Para asombro nuestro, resulto ser un familiar del Presidente de la empresa.

La relación con este nuevo compañero fue un poco tensa e incómoda, tanto para él, como para nosotros, pasaba al lado nuestro con la cabeza baja y no decía más que egún on o algo similar, cuando decía algo. Al hombre se le veía más incomodo que a nosotros. 

Aproximadamente quince días después nuestro jefe más inmediato nos lo presento, resultó un poco extraño y tonto, que te presenten a una persona que has tenido al lado durante dos semanas, no es muy normal.  A partir de ese momento el hombre ya fue más comunicativo, saludaba y de vez en cuando hablaba algo, nosotros también le hablábamos. 

Cuando llegó, le metieron en un despacho (antiguo archivo de expedientes), sin ventanas, enfrente nuestro: El hombre al principio tenía la puerta cerrada, se le oía estornudar con frecuencia, hasta que se puso enfermo unos días, yo creo que no lo paso muy bien durante su estancia en ese despacho. 

Poco a poco, empezó a abrir la puerta, que cerraba cuando le sonaba el teléfono, al colgar nuevamente la abría.  Nosotros que estábamos tan cerca y sabiendo que era familiar del Presidente, siempre pensábamos qué clase de conversaciones secretas mantendría para cerrar la puerta, sin saber que eran las normales de cualquier persona.

Pero poco a poco debió de darse cuenta que éramos gente amiga, no beligerantes, o sea empleados sencillos y corrientes, normales de necesidad, porque empezó a dejar la puerta abierta con más asiduidad, inclusive cuando le llamaban por teléfono, aunque alguna vez que le sonaba seguía cerrando la puerta y entonces nosotros dejábamos ir a nuestra imaginación, ¿quién le llamará?, nos preguntábamos.

Fueron pasando los días y fuimos teniendo un poco mas de confianza, él con nosotros y nosotros con él, la puerta cada vez permanecía más tiempo abierta, ahora ya, casi todo el tiempo y encima habíamos intimado ligeramente. Ya casi parecíamos compañeros, todos estábamos más a gusto, habían desaparecido las tensiones iníciales, la puerta cerrada, la falta de confianza, el no saludarse, el pasar al lado nuestro con la cabeza baja, etc.  Todo esto había desaparecido.

Las preguntas que nos hacíamos, ¿que hará ese hombre encerrado en el despacho?, con la puerta cerrada, sin ventanas, sólo, etc. también habían desaparecido.  Por fin la puerta estaba abierta.

Pero hubo reestructuración del departamento y nuestro compañero, fue trasladado a otro piso, esta vez sin despacho pero con ventana, nos alegramos por él.

Su antiguo despacho quedo vacío, nos dijeron que se pondría una sala de reuniones, pero no, un buen día llegaron los chicos de mantenimiento y empezaron a poner cuatro mesas donde sólo había una, cuatro ordenadores, sillas, etc. vinieron los electricistas, etc. y cambiaron la fisonomía del lugar. 

Dos días después, llegaron tres chicos jóvenes y una chica con otro jefe de la empresa, les metieron allí, iba a decir les encerraron, y tampoco nos presentaron a nadie, con lo que se volvió a dar la situación anterior.

Nuevamente la puerta del despacho cerrada, ahora en lugar de una persona, cuatro personas pasando sin saludar, con la cabeza baja y mirando hacia otro lado, cuando nos tenían enfrente.  Nos dijeron que eran de una empresa de auditoría.  Salían a por agua, a comer, a sus cosas, entraban y salían abriendo la puerta y cerrándola instintivamente, como si los fuéramos a hacer algo, como si fuéramos enemigos.  Nosotros por nuestra parte, intentando que se sintieran cómodos, saludábamos, buenos días, ahí tenéis una cafetera, maquina de Sándwiches, etc…  ellos o esbozaban una sonrisa o contestaban vagamente al saludo.

Dentro del despacho, no se oía nunca nada, ni una voz, ni un teléfono, con el tiempo se quedaron solo dos, un chico y una chica y todo seguía igual la puerta cerrada, silencios, y al salir un esbozo de sonrisa. 

Durante unos días la chica se quedo sola y a nosotros, nos entro un poco de pena, una persona sola en una sala, a puerta cerrada sin ventanas, con un ordenador por compañía durante horas y un día tras otro. 

Así que muy de vez en cuando, abríamos la puerta y le decíamos, ¿necesitas algo?, allí tienes un área de descanso, la saludábamos cuando llegaba y cuando salía, si quieres deja la puerta abierta si estas más cómoda, le decíamos. Pero curioso, ella la mantenía cerrada, se conoce que defensora de su más ferviente intimidad o quien sabe es probable que tuviesen instrucciones de que lo hiciesen así.

Una semana más tarde llego otro de sus compañeros, y nosotros seguimos saludándoles correctamente, etc. 

Un día a media mañana, abrieron la puerta y salió uno de los chicos, se quedo mirando sin saber a quién dirigirse y al final, pidió prestadas unas tijeras, nosotros muy amables se las dejamos y nos dio las gracias normales, nos pareció un buen avance en las relaciones.

Otro día nos pidieron un taladro, etc., y como la vecina que nunca te saluda y un día viene a que le prestes un poco de sal, empezaron a decirnos hola por iniciativa propia, ¡sin coacciones! Con dos c…..s Ahora llegan,  entran, salen, van y vienen, sonríen y saludan,  dicen hola y adiós, pero hasta ahí hemos llegado, después de tantos desvelos,  sólo hasta ahí.

Y la puerta siguió cerrada, con lo bonito que hubiese sido, al menos la puerta abierta.

 

Juan Carlos Ruiz de Villa  

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