El tigre dientes de sable, un animal terrorífico. (ambientando una excursión de día a Atapuerca)
Los investigadores de Atapuerca siempre quisieron saber el momento (año más, año menos) en que el ser humano conoció y dominó el fuego. Es, sin duda, una fecha mágica en todas las culturas. Entre los griegos clásicos se extendió la creencia de que fue un dios el que enseñó el fuego a los humanos y que su osadía fue severamente castigada por los dioses, sus colegas. En efecto, el dios Prometeo fue condenado por su delito de enseñar el fuego a los humanos a estar de por vida (“inmortal”, o sea, para siempre) encadenado a una roca a la que acudía un cuervo a arrancarle y comerle el hígado que volvía sistémicamente a reproducirse.
En nuestra religión, Lucifer (el que trajo la luz) fue rápidamente convertido en demonio y se le asignó la gestión del infierno, tras ser arrojado del cielo por el arcángel San Miguel.
Los trabajadores de Atapuerca se dieron cuenta que durante más de un millón de años nuestros abuelos no conocieron el fuego ni para calentarse, ni para alumbrar la noche, ni cocinar los alimentos… Imaginar al hombre de Atapuerca celebrando veladas alrededor del fuego pensando que las estrellas eran otras hogueras en que se calentaban otros congéneres en una lejana parte del mundo o del universo, no deja de ser fruto de la imaginación, una leyenda urbana, al menos antes de los 150.000 últimos años, fecha en la que según la información de Atapuerca, el homínido comenzó a utilizar el fuego.
Sin embargo, el fuego es el signo más íntimo de la formación de un hogar. Actualmente las tribus más atrasadas de nuestro planeta, cuando trasladan sus viviendas a otra región llevan con ellos las cenizas de sus hogares como símbolo de supervivencia de sus costumbres y sus tradiciones. Suelen ser las mujeres las que transportan y cuidan el fuego sagrado del hogar, que no admite ser nuevamente encendido sino que simboliza la continuidad de su esencia.
Lo habitual es que el hombre de Atapuerca pasara las noches en un suspiro, escuchando en la oscuridad el terrible rugido del tigre dientes de sable, el homotherio, todo un tigrazo que dominaba y devoraba. Sería terrible para nuestros antepasados escuchar durante la oscura y fría noche el rugido atronador del homotherio, que buscaba en la oscuridad, recomendable para la caza, un ser vivo para saciar su apetito.
Sin embargo los fósiles de los homínidos encontrados en Atapuerca evidencian más que a seres humanos devorados por el tigre dientes de sable a restos de banquetes en que los comensales eran homínidos y la carne también lo era de personas de su misma especie.
Lo fósiles de 2 niños, 2 adolecentes y 2 adultos (encontrados en el nivel 6 de la Gran Dolina, cueva colmatada de la trinchera del ferrocarril) evidencian banquetes con carne humana.
No eran restos de una ceremonia religiosa, tal como se encontraban dispuestos lo huesos, sino resultado de una o varias comidas en las que después de chupados los huesos se arrojaban a un estercolero.
Las muescas realizadas por cuchillos de piedra en la parte del fósil en que los nervios de la carne se juntan al hueso, denotan que la carne humana fue troceada por otros seres humanos.
¿Eran unos caníbales los habitantes de las cuevas de Atapuerca? ¿Se trataba de un castigo dado a intrusos por haber infligido una norma importante como es la territorialidad?.
La respuesta exacta nunca la vamos a conocer, pero los que comieron la carne humana, lo hicieron, sin duda, para saciar su apetito. De momento vamos anotar otro de los misterios de Atapuerca: la aparición del fuego, sus hábitos culinarios, el descubrimiento terrible de la muerte (posiblemente el que nos convierte en humanos), la evolución del cuerpo, el uso de las tecnologías… Es cierto que el periodo al que nos referimos es tan extenso que cualquier supuesto que nos imaginemos, se produjo en algún momento.