TIA JOSITA

PROLOGO

Dedicado a mi cuñada Mª José, con el ánimo de que siga queriendo tanto a las vacas como hasta ahora.

A todos los niños y niñas del mundo, para que aprendan a apreciar la libertad que nos brinda la vida como el tesoro más grande del ser humano, que nos permite movernos sin collarines, elegir sin cercas, ser nuestros propios dueños y dueños de nuestro destino.

Con la esperanza de que llegue un día en que todos puedan crecer para siempre, en paz y en libertad.

TIA JOSITA

Érase una niña muy alegre y divertida, pero siempre con muy pocas ganas de trabajar. Cada vez que veía una vaca decía: ¡qué suerte tiene la condenada!, siempre echada y sin tener nada que hacer. Por qué no habré nacido yo vaca, así no tendría que estudiar, ni ir al colegio, ni lavarme por las mañanas, ni nada de nada.

Un buen día que iba por el campo vio a una vaca que estaba tumbada y le dijo: ¡qué suerte tienes! aquí descansando, yo en cambio, todo el día de un lado para otro, andando y cansada, ¡no sabes cómo te envidio!, que buena vida llevas.

La vaca le contestó: ¿suerte? ¡Me dices que yo tengo suerte! Para suerte la tuya que puedes ir de un lugar para otro, conocer otros países, otras gentes, aprender otras lenguas y ver cosas nuevas, sin que nadie te impida hacerlo.

¡Mira! ¿Ves esa cerca de alambre? Yo estoy aquí porque no puedo salir de ella. Cada vez que lo intento tropiezo y me da calambre, así que no me queda más remedio que estar tumbada, rumiando y rumiando la de cosas que podría hacer si no estuviera la dichosa cerca.

Algunas veces suelo pensar lo bonito que sería volar. ¿Tú has viajado en avión? ¡Seguro que sí! Ya ves, yo no y seguro que nunca lo conseguiré. Cuéntame, se verá todo muy amplio y bonito, como si fuese una gran postal del mundo, con los pueblos y sus habitantes, los mares, las montañas, los ríos…. ¡qué bonito! Y yo en cambio viendo siempre el mismo prado, el mismo río y los mismos setos ¡cómo me gustaría poder volar!

Y en tren, ¿has viajado en tren? ¿Es cierto que ves pasar las casas, los hombres, los árboles, los campos, ¡todo!, como si fuese una película de paisajes?

En fin, ya veo que has viajado, y tú tienes envidia de mí. ¡Fíjate! Además, el dueño dice que todos los días tengo que dar un montón de litros de leche, porque si no me vende al matadero para carne. Así que me paso el día comiendo y rumiando, comiendo y rumiando, no sabes cómo me duele la boca de tanto hacerlo y no te digo los pezones de tanto ordeñarme, hay días que hasta lloro del dolor.

Cuando llueve o hace frío, como tampoco puedo salir de la cerca, cojo unos resfriados morrocotudos y lo paso muy mal porque no tengo donde cobijarme. Por otra parte, esto está siempre muy sucio, poder encontrar un trocito de prado limpio donde tumbarte es muy difícil. La verdad, hay días que no apetece hacerlo y lo único que hago es dar vueltas y más vueltas siempre alrededor del mismo sitio, ¡no sabes lo monótono y aburrido que es esto!

Para colmo, siempre comemos lo mismo, hierba y más hierba, hierba en todas sus condiciones, mojada, seca o semiseca. Y para beber agua, agua y más agua, aunque no siempre limpia, la mayoría de las veces está sucia, del río donde vierte los residuos la fábrica de quesos del pueblo. Otras es del bebedero que hay al lado de la cuadra, pero es lo mismo, casi peor, ¡tiene hasta zapaburus! y tenemos que andar con mucho cuidado al beber para no tragárnoslos y criar ranas.

Cuando nos llevan del prado a casa, nos chillan y nos pegan con un largo palo, ¡arre! ¡Arre! ¡Arre vaca! ¡Arre!. Como si fuéramos tontas, ¡no sabes bien la rabia que da! Una vez en casa, nos atan a un pesebre para que estemos quietas y nos tienen condenadas a dormir y vivir siempre juntas.

¡Y te quejas!, ¡vaya suerte tienes! Tú puedes hacer realidad todos los sueños que yo, tumbada aquí durante años y años, he rumiado con la idea de poder hacerlos algún día, cosa que seguro nunca podré realizar.

No me envidies más, tu eres libre, aprovecha esa libertad y ¡sé tu único dueño!, sin cercas ni ataduras.

Para vivir únicamente se necesitan ganas, pero si también quieres volar, tendrás que poner un poquito de ilusión, sólo entonces rozarás el cielo de la felicidad.

 

Autor: Juan Carlos Ruiz de Villa

 

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