ROSARIYO

Historia basada en hechos reales. Nombre ficticio.

RECUERDOS DE MI TRABAJO

Como muchos y muchas sabrán, trabajé 18 años en Recuperaciones. En aquellos tiempos las instrucciones en los temas de particulares eran claras: en todos los casos había que contactar con los “morosos”, buscar una solución y nunca, nunca, reclamar judicialmente nada que tuviera un atisbo, una mínima esperanza, de salir bien.

Solo los préstamos de los “jetas” eran ejecutados. Y prácticamente no hubo ninguno.

 

LAS INUNDACIONES Y LOS POBLADOS

En agosto de 1983 llegaron las inundaciones. Terrible tragedia. Si bien el comportamiento de la ciudadanía en todos los niveles, los partidos políticos, las fuerzas vivas y las distintas administraciones lograron que lo que fue un desastre se convirtiera en una mejora.

En el punto que une Santutxu con Txurdinaga, cerca de ese paso bajo el puente que todavía existe, había entonces un poblado. Furgonetas, carromatos, acampadas en general. Todo fue arrasado.

A todos ellos se les ayudó y a muchos se les dio un piso “social” con un préstamo superblando, especialmente los primeros años. La mayoría de las viviendas situadas en la zona de la calle Camilo Villabaso en Rekalde. Más de uno lo recordará.

Cuando acabó la fase primera de pagos, la blanda, empezaron los problemas.

ROSARIYO Y SU SITUACIÓN

Corría el año 1991, creo recordar, y una Asistenta Social del Ayuntamiento de Bilbao que solía traerme los temas más duros se presentó en mi despacho con una joven, de unos 25 años, guapa de cara, de pelo negro azabache ligeramente rizado, grasiento pero hermoso. Tenía 5 hijos y un avanzado embarazo.

Su situación era desesperada. Su marido, drogadicto, tenía un SIDA avanzado. Y, si se descuidaba, le robaba el poco dinero que obtenía para gastarlo en “caballo”.

Rosariyo me contó, la asistencial lo ratificó, que sus únicos ingresos venían de Bienestar Social y de lo que sacaba ayudando a sus suegros en la venta de bragas, sujetadores y calzoncillos en un puesto en los mercadillos ambulantes.

Ante una situación extrema la solución fue también extrema. Le puse tipo de interés y de demora 0% por un año prorrogable con el compromiso por su parte de que pagara una cantidad, que no recuerdo, un día determinado de cada mes. Un gran esfuerzo realizable.

Y todos los meses, en la fecha comprometida, venía con su dinero. Algunos, incluso, con 50 o 100 pesetas de más si le habían ido bien las ventas.

Conté el caso a mis compañeros. Enseguida nos volvimos solidarios. Cuando venía tenía un paquete de lentejas, garbanzos, arroz… a su disposición. Y aquí tengo que recordar a Elena por si lee esto: qué grande fuiste con esa propuesta.

Recuerdo que, cuando llegó diciembre, todos pusimos algo más: comida y, como extraordinario, unos juguetes para que todos los críos celebraran la Navidad.

Al mes siguiente vino Rosariyo con toda su familia dar las gracias. Trajo a su marido, una auténtica piltrafa, y a sus entonces 6 niños y me dijo que, en unos meses, serían 7. No podía rechazar al marido que no le dejaba poner medios preventivos. Era su explicación.

LA TRISTEZA

Siguió la vida, tuvo el séptimo hijo y un día, así, de pronto, dejó de venir, de pagar. Le escribí, llamé a la Asistenta Social… pero no hubo forma de que reaccionara. Pasaron los meses sin que supiera nada.

Volvió. No había pasado mucho tiempo pero estaba muy mayor. Las canas entristecían su mustio pelo negro. El abandono había dejado huella en su antaño bonito rostro. Las bolsas debajo de sus ojos denotaban que había llorado mucho, demasiado.

Su marido había fallecido. Y unos días después sus suegros llegaron a su casa por sorpresa. Ella, muy atareada, había dejado a los niños viendo la televisión. Un insulto en situación de luto. Sus padres políticos, enfadados por esta ruptura del duelo se llevaron a los 7 hijos por la fuerza y le dejaron sola, triste, derrumbada.

No podía tomar medidas. Ni los tiempos ni su etnia lo permitían.

LA DESESPERACIÓN

No venía a pagar. No tenía ingresos. No podía. Venía a por algo mucho más atrevido, más desesperado: alguien le había dicho dónde estaban sus hijos y sus suegros (en Valladolid, recuerdo). Incluso, había logrado que le facilitaran una furgoneta. Pero ella no sabía conducir y sus colegas no querían líos.

Me propuso que fuera con ella en esa furgoneta a Valladolid para intentar recuperar los niños y que luego les llevara a un lugar que me diría en el que podría rehacer su vida.

Me lloró, me suplicó. Me dijo que yo era su única esperanza. Pero no pude. No accedí. Creo que hice lo único que podía hacer.

Fue la última vez que vi a Rosariyo. Nunca más hubo ingresos en el préstamo. Acabamos ejecutando una vivienda vacía. Había desaparecido sin dejar rastro. Bueno, eso no es verdad. Me dejó un recuerdo impresionante e imborrable.

EPÍGRAFE

He escrito esto en recuerdo de algo que me impactó. Y de una mujer marcada por su tiempo y por su situación. Sin duda constancia de la situación de mujeres que sufrieron en una época que nunca debe volver.

Y, por supuesto, de mis compañeros de Recuperaciones.

 

Bilbao, 22 de junio de 2019.

Jorge Ibor.

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