Quien me iba a decir…

Siempre he tenido miedo a los perros. Mucho miedo. Miedo patológico. Y es que tengo un trauma infantil. Cuando yo tenía 6 años, vivía cerca de casa un pastor alemán que, con mi ingenua mirada, era grande y terrorífico como un dragón. Creo que cada vez que me acercaba, esperaba que echara fuego o por lo menos humo por su enorme bocaza, toda llena de dientes. Pero a uno de mis hermanos mayores, le encantaba jugar con él, incluso le metía la mano en la boca. Yo no comprendía por qué hacía eso y cuando volvíamos a casa, miraba furtivamente sus manos y le contaba los diez dedos, por si le faltaba alguno.

Cada vez que mi hermano iba a visitar al perro, me llevaba con él, más que nada porque a mi madre también le asustaba el animal y yo era la coartada perfecta para mi hermano, que siempre decía:  el perro no hace nada, si la nena viene conmigo y no tiene miedo….  Y si la ricitos de oro no tenía miedo, ¿por qué lo iba a tener mi madre?

Pero las fatalidades ocurren y un día el pastor alemán estaba comiendo y mi hermano sobreestimó su amistad con el perro y subestimó la intensidad con la que el animal defendería su comida. Fue visto y no visto. Para cuando me quise dar cuenta, la cara de mi hermano y la boca del animal se habían fundido. Lo siguiente que recuerdo fue la sangre que chorreaba por la cara, por la ropa, por todas partes. Creí que mi hermano se moría, así que el terror más absoluto me puso de punta todos los rizos de mi linda cabecita y de mi garganta salió un sonido que puso los pelos de punta a todo el barrio.

Porque las niñas tienen algo de aterrador cuando las sacas del entorno rosa y si no, acordaos de las gemelas de la película El Resplandor. Pones dos niñas de pie al fondo de un oscuro pasillo y todos salen corriendo. Hicieron un experimento en un hotel con una niña en camisón largo y con un osito agarrado de la oreja, la pusieron al fondo de un pasillo con poca luz y cuando los clientes salían de la habitación, veían a la niña mirándolos fijamente. Pocos adultos se acercaron a la niña para preguntarle por qué estaba de noche, sola en un pasillo. Pero me estoy desviando del tema.

El caso es que yo grité como si me fuera la vida en ello y aquí tengo un agujero negro en la memoria porque lo siguiente que recuerdo es estar en mi casa con toda mi familia y algo hicieron porque yo ya no gritaba. Mi hermano casi casi perdió el ojo, pero no, no se quedó tuerto.

Por supuesto, se acabaron los paseos para visitar al animal y si mi hermano siguió yendo, que seguro que sí, lo hizo sin llevarme de la mano, sin coartada, de tapadillo.

Así que os podéis imaginar que cada vez que mi hija me pedía un perro, que venía a ser diez veces al día, yo temblaba de pies a cabeza. Recuerdo que un día estaba en el ascensor de mi casa y antes de que se cerraran las puertas, entró el hijo de unos vecinos y detrás de él entró ¡un pastor alemán!

El chucho se acercó, me olió y se me subió encima. Yo me pegué al cristal del ascensor, no por el peso del perro, que también, sino por el terror que me salía de dentro. Y entonces, empecé a hablar de mi trauma infantil y de mi miedo a los perros, pero todo eso en una verborrea rápida e ininteligible de modo que en el poco tiempo que duró el trayecto del ascensor, yo le había contado al chico mi vida entera. No sé para quién fue más aterradora la experiencia.

Pero me jubilé y mi marido también y mi hija empezó a hablarnos de lo bueno que sería que tuviéramos un perro que nos hiciera compañía y el universo empezó a conspirar, porque un primo de mi marido metió un perro en su casa y contaba las maravillas de su mascota.

Y la puntilla la puso mi querida prima Inma, que no sabe bien cómo, pero acabó compartiendo su casa, y su cama, con un precioso bichón maltés.

Y mi retoño me enseñaba fotos y vídeos y………. Rocky entró en casa. Rocky es un bichón maltés blanco como un peluche. Es pequeño, cariñoso y una vez pasada la infancia y la pubertad, ha resultado ser muy tranquilo.

Cuando me pusieron en los brazos a esa bolita de pelo, que tenía tres meses, y era tan blanca y suave, con los ojos tan negros, inmediatamente me enamoré de él y todos los años de trauma infantil se fueron por el desagüe.

Ya no tengo miedo a los perros. Si entras en mi casa, verás que en mi salón está la casita de Rocky, una camita para Rocky, una mantita para Rocky, tropecientos juguetitos para Rocky, etc. Y no sólo para Rocky porque mi hija y mi yerno también tienen perro, se llama Gandalf, y pasa mucho tiempo en nuestra casa porque ellos trabajan, vivimos cerca…… y nos encanta cuidar a Gandalf. Nunca pensé que podría querer tanto a un perro.

Así que, quién me iba a decir a mi que habría dos maravillosos perros en mi vida y que yo los querría con toda mi alma. No quieres perro, pues toma dos.

Esthertxu
©Esther Sancho Urbina (ex-departamento de Participadas de BBK)

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4 Comentarios en “Quien me iba a decir…”

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