Nos esperaba una larga ruta en coche con interesantes paradas intercaladas.
Tras haber conocido el tráfico desordenado en una ciudad llena de motos y coches íbamos a vivir en primera persona la locura de desplazarnos por una de sus destartaladas y concurridas carreteras.
Hay que ponerse en situación: íbamos nosotros en un cómodo Toyota todo terreno con capacidad para 7 personas, nuevo, limpio, con un chofer que no nos entendía, por una vía de dos carriles en cada sentido llena de coches, motos y autobuses, cada uno a su bola, y con carromatos tirados por bueyes cruzándola cuando y como les parecía y, por si fuera poco, con abundantes baches esparcidos por el recorrido.
Se pueden entender los motivos por los que en ningún momento nuestro conductor sobrepasó los 60 km/hora a pesar de las largas rectas por las que circulábamos.
Dado que, como he dicho antes, se conduce por la derecha con el volante también a la derecha, San Yu, con toda lógica, se sentó junto al chofer, es decir, a su izquierda y le fue guiando diciéndole, suponemos, cuándo y cómo adelantar, además de avisarle de las motos y los bueyes que surgían por cualquier parte.
Si una motocicleta quería ir a la izquierda se incrustaba entre los dos carriles que le venían de frente hasta tomar su nuevo camino, siempre sin avisar. Si un carro tirado por bueyes iba a cruzar de los campos de un lado a los del otro lo hacía sin tener en cuenta el tráfico. O si un camión quería cambiar de sentido, no dudaba en hacerlo dónde y cómo lo creía conveniente.
Le pregunté si había muchos muertos en carretera. No tenía ni idea. Busqué en internet y no encontré ningún dato. Eso sí, me comentó que lo habitual es que nadie o muy pocos tuvieran el vehículo asegurado.
Dentro del plan de viaje dejamos sin visitar la Pagoda de Shwedandaw. No nos daba tiempo a todo. Y es que en cada parada nos entreteníamos lo que considerábamos conveniente. Dado lo novedoso e interesante que nos resultaba todo en este país, también sus gentes, la mayoría de las veces tardábamos más de lo previsto. Eso no hubiera sido posible, como es lógico, en caso de haber formado parte de un grupo.



Teníamos pendiente una excursión programada para el día anterior: las Cuevas de Powintaung. Hacia allí nos encaminamos. Se encuentran excavadas en una colina y contienen una gran colección de estatuas de Buda y de pinturas rupestres, aún en relativo buen estado pero que, dado que el recinto no tenía ninguna vigilancia, pensamos que posiblemente se deteriorarían con rapidez con el más que previsible aumento del turismo.
Fueron construidas entre los siglos XVI alXVIII. Se dice que en el complejo, a la vista y enterradas, hay más de 400.000 estatuas de Buda.
Son visitables un buen número de ellas. Impresionan sus representaciones tanto en forma de estatuas como de pinturas llenas de colorido, dedicadas a reflejar episodios de la vida del maestro.
Según la leyenda, este complejo de cuevas era la morada de un «Zawgyi», alquimista que poseía poderes sobrenaturales. Se llamaba U Po Win y de ahí elnombre de la cueva Powintaung.
Según la tradición popular de Myanmar, los Zawgyis como son todopoderosos y pueden volar y bucear, tienen la virtud de llegar a cualquier lugar en un instante.
También pueden curar enfermedades y dolencias y convertir los metales en oro, además de prevenir a las personas de todo tipo de desastres y de más cosas lo cual hace aún más interesante la visita a este sagrado lugar que posen un aire místico de lo más misterioso.
https://www.destinosasiaticos.com/blog/las-cuevasde-powintaung-en-myanmar/
Lo cierto es que la belleza de las cuevas se resalta todavía más si pensamos en el esfuerzo que tuvieron que realizar los autores para su transformación en centros de culto. Verdaderamente impresionantes.
Cuando salimos del recinto nos encontramos con unos monos merodeando que me recordaron a los de Gibraltar. Ojo con los robos, nos dijeron aquí también.
Había unos pocos puestos de venta de productos locales. En el primero compramos tres cocos, nos bebimos parte de su abundante líquido y comimos algo de su pulpa. Me resultaron más insípidos que los que tenemos aquí.
Cerca había una muchacha que vendía un ungüento, obtenido por el frotamiento del tronco de una planta llamada tanaka contra una piedra, que protege del sol según aseguran los nativos. Las mujeres y los niños se lo dan muy frecuentemente y sobre su piel marrón destaca por su color blanquecino.
San Yu y la joven vendedora aplicaron este producto en la cara de Bego. Según nos contó más tarde le resecó la piel. No fue consciente de que se produjera un efecto protector.
Finalmente adquirimos en otro puesto un tarro de miel natural que utilizaríamos en los desayunos en Bagan. Muy buena. Pagamos en total un precio ridículo.
Todo lo que consumimos se vendía al aire libre,sin ningún tipo de control ni registro sanitario.
El resto de la mañana lo dedicamos al traslado hasta Bagan y a tomar posesión de nuestras habitaciones en el hotel Tazmin donde nos íbamos a alojar. Descansamos un rato y nos quedamos a comer allí.
Situado a las afueras de la ciudad el Hotel Thazin Garden, que ocupa una gran superficie, es muy bonito. Cuenta con piscina y con muchos jardines en los cuales hay algunas pequeñas estupas y templos. El desayuno, que fue de buen nivel, se tomaba en una especie de cabaña grande y confortable. El resto de las instalaciones estaban sucias, con aspecto de abandonadas. Se ve que gastaban poco en mantenimiento.
Según San Yu eran frecuentes las quejas de los viajeros que se alojan en él. Al parecer el dueño explota en demasía a los trabajadores y los cambia muy a menudo conformando una plantilla siempre inexperta.

En Bagan como en el resto del país, nos dijo, no abundan los recintos hoteleros de nivel, a pesar de ser un lugar tan atractivo. Éste está muy trabajado por las Agencias de Viajes. No obstante la ocupación, al menos en esos días, era baja.
Por la tarde tuvimos tiempo libre. Fuimos por un camino de tierra hasta la calle principal de la ciudad, en realidad una carretera perpendicular al rio aquí llamado Ayeyarwady, una vez más sin aceras y con bastante tráfico, sin ningún orden, aunque significativamente menos intenso que en Mandalay entre otras cosas porque estábamos en una ciudad mucho más pequeña.
Cenamos lo que San Yu nos había encargado en un restaurante bastante digno junto al hotel, en una superficie abierta con una cubierta de cañas entrelazadas protegidas por con unas densas telas que imitaban el papel de unas lonas. Como gran lujo y excepción había pedido unos huevos fritos con pan para untar. Me supieron a gloria. Nos pusieron de postre plátanos flameados.
Ocupábamos la mesa más grande y mejor situada del recinto. Cubriéndola había un mantel lleno de manchas que siguió allí más días. Para las siguientes ocasiones pedimos una mesa más pequeña pero más limpia.
Al finalizar nuestro ágape, ya de noche, nos encaminamos hacia el hotel por el camino de tierra. Estaba pobremente iluminado por distanciadas farolas de hierro de esas que tienen en la parte superior una especie de plato invertido, negro, con una bombilla de poca potencia en el centro que servía poco más que de guía para llegar a nuestro destino.
No había que temer nada. Todo era seguro. Y por aquí los coches no podían correr. Eso sí, alguno que pasó levantó una polvareda que dejó la ruta todavía más a oscuras.
Antes de seguir, debo comentar que en un momento del día, antes de dejarnos, le comentamos a San Yu que queríamos ver un teatro de marionetas, espectáculo muy implantado en la zona.
