Un año más llega el mes de diciembre y con él las cuatro semanas de Adviento que preceden a la Navidad, las dos últimas nos invitan a pensar sobre el nacimiento de Jesús y su irrupción en la historia de la humanidad. Desde pequeños en nuestras casas nos mostraron un nacimiento, un belén o un árbol de navidad con sus bolas y luces y sabíamos que esos días habría gran fiesta en casa, nos reuniríamos con amigos y familiares, tocaríamos la pandereta, cantaríamos algún villancico, tiraríamos cohetes, bombas y petardos, habría bonitos regalos y los que podían comerían hasta reventar, y aquí quedaba todo.
Nunca nos paramos a pensar en el Niño que nos traía la alegría a casa, la paz a los hogares y nos mostraba un nuevo camino más alegre, más libre y lleno de amor y esperanzas. Éramos jóvenes y no estábamos para eso. Ahora ya mayores algunas veces solemos pensar que la Navidad no merece la pena, cenamos demasiado, nos acostamos tarde y al día siguiente cansados y con sueño comemos y bebemos muchísimo, pura gula, nos gastamos un dineral en comida y regalos y cuando terminan las fiestas nos decimos, otro año más que he caído en la trampa. Hemos terminado las fiestas cansados, empachados, con sueño y nos hemos gastado un montón de dinero que no queríamos gastar. Pero sabemos que si quitásemos un poco de la cena, de la comida, de los regalos y no trasnocháramos tanto no hay mejores fiestas que las de navidad, sobre todo en aquellos hogares donde hay niños y familiares que viven lejos de nosotros. Porque ante la mirada y la sonrisa inocente de un niño frente a las luces del árbol de navidad o viendo caer el agua en el nacimiento o al desenvolver su regalo, ¿quién no se sonríe y vuelve a ser niño? ¿Quién viendo pasar a los Reyes Magos no se agacha a por un caramelo y estira los brazos a por más? ¿Quién no sonríe viendo a su hijo o a su nieto en brazos del Olentzero o de Papa Noel y quién no se alegra y se llena de júbilo cuando vuelven los seres queridos que están lejos a reunirse con la familia y celebrar la Navidad al calor del hogar? Solo por esas sonrisas y por ese estar con nosotros de los que están lejos, ya vale la pena celebrar la Navidad.
Y es que en eso estriban estas fiestas en volver a sonreír y reír como cuando éramos niños, acordarnos con cariño de todos aquellos que ya no están con nosotros, esperar que lleguen los familiares y amigos que tenemos fuera y junto con los que tenemos aquí todos juntos pasar unos días inolvidables en amor, paz y concordia. Solo eso, nada más.
«Agranda la puerta, Padre, porque no puedo pasar. La hiciste para los niños, yo he crecido, a mi pesar.
Si no me agrandas la puerta, achícame, por piedad; vuélveme a la edad aquella en que vivir es soñar.»
Miguel de Unamuno
Esperando que paséis unas maravillosas fiestas de Navidad,
Juan Carlos Ruiz de Villa