Las tecnologías que vienen… ¡y en las que ya estamos!

Imagine el lector que una persona no había vuelto a Bizkaia desde hace 25 años, y tomara el Metro en Plentzia para dirigirse al Casco Viejo. Comenzaría a notar los primeros cambios, sí, al entrar en la estación, y claro, en el interior del Metro, inmediatamente observaría el contraste de estos nuevos asientos del coche o vagón de pasajeros, y su amplitud, diseño minimalista, tonos gris metálico…, nada que ver con los antiguos con asientos de madera; pero el trayecto no presentaría grandes cambios hasta llegar a Getxo, pues vería los mismos prados árboles y caseríos que serían causa de alegría, ahora que los tenía presentes y reales, y no solo en su memoria nostálgica.

Sí, a partir de Getxo comenzaría a notar que alguna estación había desaparecido y el tren paraba en estaciones desconocidas para él y lo más novedoso: el tren se sumergía bajo tierra; claro, ¡estaba viajando en el nuevo Metro de Bilbao!

Mas es muy probable que este sorprendido viajero no se hubiera percatado del hecho más sorprendente, más increíble: la nueva costumbre de los viajeros. Sí, habría comenzado a notar que, sobre todo, a partir de Algorta el coche de pasajeros se iba llenando de personas que entraban con su móvil y ya sentados o de pie lo convertían en su único elemento de relación, pero es muy posible que le hubiera pasado desapercibida la gran diferencia. En los antiguos trenes, de tan solo hace 25 años, los viajeros conversaban entre sí: se reían o se disgustaban, gesticulaban, se tocaban, gritaban, se mandaban alternativamente bajar la voz…

En cambio ahora todo el mundo estaba enfrascado en su smartphone para teclear en él, o para hablar mirando al de enfrente pero sin verlo, comunicándose fuera del lugar, tal vez muy lejos. Seguramente, a nuestro recién llegado viajero, sorprendido y emocionado por estar de nuevo en su tierra, le hubiera parecido tan normal y habitual como a nosotros, que no nos hemos ausentado durante tanto tiempo, el cambio más trascendental y decisivo desde hace tres millones de años: hemos pasado del modelo fisiológico de comunicación al modelo cibernético.

Quisiera invitar al lector a asomarnos un poco, por el momento, a contemplar las enormes diferencias y sus consecuencias en el cambio de un modelo a otro, siguiendo, sobre todo, a Scott Lash en su obra Crítica de la información, escrita ya en 2002.
“¿Qué pasa cuando las formas de vida se convierten en tecnológicas?
Estas formas son demasiado rápidas para la reflexión y demasiado veloces para la linealidad” (pág. 42)

Acompañemos ahora, amigo lector, a nuestro viajero preferente, a curiosear un poco más de cerca lo que hacen el resto de los viajeros.
Observemos a este joven que ha montado en Areeta. Veamos, tiene un… sí el icono de la manzanita, en efecto es un iPhone. Tiene una pantalla rectangular (lo mismo que todos los smartphones), llena de iconos. ¿Qué icono pinchará? Seamos discretos… no nos acerquemos más, pero todos estos aparatos tienen una interfaz, en ese rectángulo, capaz de organizar todas las conexiones con programas, dispositivos y componentes de cualquier tipo. Así es que puede poner un whatsapp, reservar mesa en un restaurante, sacar entradas para el cine, entrar en facebook y enseñar sus últimas fotos, o aprovechar que lleva mala leche contenida porque no ha dormido bien, para descargarla con alguien que le caiga mal en twitter. Vemos que lleva puestos los auriculares, quizás está poniendo un skype, con algún amigo de las antípodas, Australia, por ejemplo, o quizás esté viendo una película…
Total que, para cuando llegue al Casco Viejo, quizás salga con la sensación de haber realizado muchas cosas, en lugar de perder el tiempo como hacían antes los viajeros.
Aunque es muy probable que en esto último se equivoque.

Observemos ahora cómo hay otro viajero que móvil en mano ha pinchado el icono “cámara” y se dispone a sacar una foto, veamos hacia dónde enfoca el objetivo, parce que lo quiere hacer con disimulo… ¡está enfocándolo hacia una viajera que está leyendo un libro de los de siempre, de papel! Y parece tener, el fotógrafo, una cierta sonrisita entre burlona y satisfecha, quizás va a ser una foto-trofeo, que en su día esté bien pagada por la Compañía Metro, como “la última viajera” que leyó un libro de papel en el metro.

Mas veamos algunas diferencias, digamos comunicativo-culturales. La viajera del libro de papel no ha perdido el tiempo. Lo ha empleado de otro modo. Añade Scott Lash a lo antes dicho:
“En la era tecnológica, las unidades lineales de sentido, como la narración y el discurso se comprimen en formas de significado abreviadas, no extendidas y no lineales.” (pág. 46)

Las formas bidimensionales, como la pantalla de un iPhone, de otro Smartphone, de una tablet, de la TV, requieren una visualización rápida, siguen, quieran o no, la dirección y el interés marcado por la publicidad: visualización rápida e impactante. En cambio las formas lineales del discurso narrativo se estructuran en una extensión tan larga como haya querido el autor, que se toma o se deja cuando el lector quiere, y para lo que quiera, como imaginar situaciones, o recordar experiencias a partir de la lectura.

Mas el resto de viajeros que no leen ni están con el móvil tampoco pierde el tiempo. Quizás están realizando la operación más saludable que pueda hacerse hoy día: dejar vagar la mente.

Así es que aceptemos que nadie ha perdido el tiempo. Quien maneja el móvil ha realizado muchas actividades culturales o prácticas, en cualquier caso comprimidas, cercadas por la bidimensionalidad espacial y en tiempo acelerado (si se hace desde la interfaz una operación de juego en la bolsa hay que actuar con mucha rapidez). Quien lee un libro o deja vagar la mente, o conversa con el viajero de al lado está siguiendo el modelo cultural fisiológico que se inició con los primeros homínidos y no dejó de evolucionar desde entonces. Quien se comunica con el móvil, tipo smartphone, ha dado un salto cuya caída en modo alguno ha sido explicada.

Y algunos indicios parece haber de que hay muy malas caídas. Por ejemplo, pregunta para psiquiatras: ¿No habrá una relación directa entre el progresivo acortamiento del discurso lineal, argumentativo, imaginativo, que estaba durante milenios en la especie humana, y la creciente agresividad en las redes?

¿No será que estamos adquiriendo la costumbre de la comunicación corta, breve, escasamente argumentativa, emitida con rapidez, pues nos esperan al otro lado de la interfaz? Y… de verdad… de verdad, parémonos un momento ¿no se nos ha ocurrido pensar que esta nueva costumbre adquirida a través de estos medios tecnológicos despide progresiva y definitivamente la comunicación directa en la que nos situamos mirándonos a los ojos al hablar, tocándonos, gesticulando, emitiendo discursos argumentativos, amables, realizando el feedback con todo el cuerpo?

Imaginemos ahora que nuestro joven del iPhone ha pinchado un icono de unas siglas: PGH, porque quiere consultar algo de la base de datos del ADN, pues como se sabe, el Proyecto Genoma Humano ofrece inmensas posibilidades para prevenir enfermedades congénitas, incluso se plantea la posibilidad de intervención/manipulación genética para curarlas. No nos extrañe que la Bioética esté tan implícitamente relacionada con este proyecto.

Pero este tema es otra historia. Simplemente lo traigo aquí por lo siguiente: Las formas de vida tecnológicas no solo están actuando en la Cultura. El Proyecto Genoma Humano es un ejemplo bien claro de que también se aplican a la Naturaleza, para mucho bien para la humanidad. Mas ¿tenemos la seguridad de que también podremos conocer los males?

Pero ya digo, amigo lector, esta historia para otro día.

Santos Pérez
Sopelana, 28 de febrero 2018

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