Antonio Machado y Soria 4


Nota de admin: Abrimos en este blog un apartado enriquecedor para todos: la literatura. Y para inaugurarlo qué mejor que aprovechar el 140 aniversario del nacimiento de Antonio Machado, un grande a nivel mundial, con sus poesías siempre llenas de contenido.
Creo que, además, nuestros recuerdos de este escritor poeta y, sobre todo, «buena persona», nos harán recordar esos magníficos discos de Joan Manuel Serrat a él dedicados que nos ayudaron a crecer como seres humanos.
Y me permito, también enviaros este enlace publicado estos días en prensa digital.:

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El poeta Antonio Machado y su madre, Ana Ruiz, descansan hoy en la misma tumba en el cementerio francés de Coullioure. A esta dirección llegan a diario cartas, papeles, poemas… en todos los idiomas, de todo el mundo… Cada día se lee más a este poeta sevillano y es habitual ver a diario flores frescas depositadas sobre su  sepultura.

Nosotros, en previsión de alguna visita a Soria, queremos recordar los cinco años, que a principios del siglo pasado, Antonio impartió clases de francés en su Instituto de Enseñanza Media.

Con este fin redactaremos algunos artículos. Empezamos por la historia de su boda y el fallecimiento prematuro de su mujer en esta sencilla ciudad, pegada al naciente Duero.

Soria 1907-1912

A finales del mes de abril del año 1907, Antonio Machado Ruiz fue desde Madrid a Soria por primera vez. Firmó el acta de posesión de la cátedra de francés en el Instituto de Soria y pudo iniciar el cobro de la nómina, cuya retribución anual, que le había llevado a hacerse profesor,  era de 3.000 pesetas.

Previamente, desde la estación del ferrocarril fue a la posada del número 54 de la calle del Collado, esquina a la calle de Instituto. Le gustó Soria, la primavera castellana, breve y explosiva y escribió a su regreso a Madrid versos como los siguientes:

Es una tibia mañana.

El sol calienta un poquito la pobre tierra soriana.

Pasados los verdes pinos,

casi azules, Primavera

se ve brotar en los finos

chopos de la carretera

y del río. El Duero corre, terso y mudo, mansamente.

El campo parece, más que joven, adolescente.

 

Regresó a Soria en el mes de agosto, y una calurosa tarde subió al monte Santana, que cierra por el sur el paseo –ya machadiano- entre San Polo y San Saturio, en la ribera del Duero.

Pasó la tarde en la montaña y tras una pausada meditación, que le inspira los primeros versos de su libro “Campos de Castilla”, termina una larga composición:

 

El sol va declinando. De la ciudad lejana

me llega un armonioso tañido de campana

-Ya irán a su rosario las enlutadas viejas-.

De entre las peñas salen dos lindas comadrejas;

me miran y se alejan huyendo, y aparecen

de nuevo ¡tan curiosas¡… Los campos se obscurecen.

Hacia el camino blanco está el mesón abierto

al campo ensombrecido y al peñascal desierto.

A comienzos de octubre de 1907 inicia su primer curso como catedrático de francés. Tenía 32 años.

Al poco de estar en Soria, Antonio se enamora de la hija mayor del dueño de la pensión, Leonor Izquierdo Cuevas, que tenía entonces 13 años. Cumpliría los quince el 12 de junio de 1909, edad que con el permiso paterno le permitía contraer matrimonio.

Se casaron el 30 de julio de ese mismo año, a las 10 de la mañana en la iglesia de Santa María la Mayor, en la plaza Mayor de Soria.

Algunas personas, sobre todo un grupo de estudiantes de vacaciones, “hijos de familias respetables y conocidas”, atraídos por el morbo de la boda de un catedrático de Instituto de 34 años con una muchacha de 15, ¡un corruptor de menores¡, le hicieron pasar a D. Antonio el peor momento de su vida. Machado nunca pudo olvidar aquel martirio, que repitieron con chulería a la tarde en la estación, cuando se iniciaba su viaje de bodas.

Dos años más tarde, estando el matrimonio en París, el día 14 de julio de 1911, cuando tenía 17 de edad, doña Leonor tuvo un vómito de sangre y comenzó la tragedia, que le llevaría a la muerte un año después.

Durante su enfermedad, en Soria, Antonio quiso creer en el milagro de la curación de Leonor:

Anoche cuando dormía

soñé ¡bendita ilusión¡

que una colmena tenía

dentro de mi corazón;

y las doradas abejas iban fabricando en él,

con las amarguras viejas

blanca cera y dulce miel…

El 1 de agosto de 1912, a las diez de la noche, expira doña Leonor. Había cumplido los 18 años el 12 de junio. Los funerales se celebran al día siguiente en Santa María la Mayor, donde tres años antes se habían casado Antonio y Leonor.

Antonio pensó en el suicidio. Conoció en Soria el amor y la muerte. Más tarde en Baeza, donde siguió explicando francés, escribiría en recuerdo de Soria y su mujer:

                        Soñé que tú me llevabas

                        por una blanca vereda,

                        en medio del campo verde

                        hacia el azul de las sierras,

                        hacia los montes azules

                        una mañana serena.

                        Sentí tu mano en la mía,

                        tu mano de compañera,

                        tu voz de niña en mi oído

                        como una campana nueva,

                        como una campana virgen

                        de un alba de primavera.

                        ¡Eran tu voz y tu mano

                        en sueños tan verdaderas¡

                        Vive, esperanza, ¡quién sabe

                        lo que se traga la tierra¡

Sin embargo, el desgarro y las lágrimas de Antonio ante la pérdida de su mujer se reflejan en los siguientes versos:

                         Aguardaré la hora

                        en que la noche cierra

                        para volver por el camino blanco

                        llorando a la ciudad sin que me vean.

Pero Antonio nunca volvió a Soria.

El día 8 de agosto de 1912 el periódico “El Porvenir Castellano” anunciaba su partida: “En el tren de la noche de hoy salen para Madrid nuestro querido amigo D. Antonio Machado y su buena madre la respetable señora doña Ana Ruiz”.

Pero Soria estaba ya en el corazón de Antonio:

tardes de Soria, mística y guerrera,

hoy siento por vosotros, en el fondo

del corazón, tristeza,

tristeza que es amor¡ ¡Campos de Soria

donde parece que las rocas sueñan,

conmigo vais¡… ¡Colinas plateadas,

grises alcores, cárdenas roquedas¡

 

Pedro Escalante


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