«Personajes del callejero de Getxo». – JOSÉ LUIS UGARTE HERNANDEZ

JOSÉ LUIS UGARTE HERNANDEZ

Calle José Luis Ugarte en Las Arenas. De la Avda. Zugatzarte al Muelle.- Foto : Autor

Ya hemos hablado en alguna ocasión, de la vocación marinera de Algorta y por ende de todo Getxo. La mar ha tenido muy amplio significado en los tres últimos siglos en nuestro pueblo y ha sido polo de atracción para muchos getxotarras que le han dedicado su vida, y algunos la han perdido en ella. En el caso que nos ocupa y como algún avezado lector se habrá dado cuenta y por aquello de la rivalidad entre barrios del mismo pueblo, nuestro personaje poco tuvo que ver con Algorta pero sí con Las Arenas que fue donde nació y vivió hasta su madurez.

Toda mi experiencia con la mar se ciñe a mi estancia, en contra de mi voluntad, durante el Servicio Militar Obligatorio en un destructor de la Marina Española durante 17 meses más uno de Instrucción en Cartagena. Aquella situación, nada grata para mí y que ahora se concreta en diversas anécdotas a contar cuando surge el tema de casualidad, bien en la cuadrilla, bien en el ambiente familiar, me sirvió para darme cuenta de que la mar, en femenino, no era lo mío y que se la debe tener mucho respeto.    Por eso, aunque vivo muy cerca de ella, mantengo una distancia de seguridad porque, si algo aprendí en la mili, es que es imprevisible. No me inviten Uds a navegar por la costa vizcaína para ir a comer a Orio, no me prometan días de ensueño en un crucero por el Mediterráneo, no me expliquen la increíble sensación de una pesca generosa en altura. Con aquella época hurtada de mi vida, tuve bastante. Me quedo en tierra firme.

¿Qué fue José Luis? ¿Un intrépido aventurero? ¿Un regatista de categoría mundial? ¿Un lobo solitario que ansiaba vivir con la única compañía del inmenso océano? ¿Un explorador de las nuevas tecnologías aplicadas a los barcos a los que estaba unido? Simplemente un enamorado de la mar, donde se sentía a gusto, donde gozaba desafiando, luchando y venciendo a los mares embravecidos, donde la soledad era su aliada compañera, sus conocimientos la tabla de salvación y su obsesión desde que, siendo un niño, se asomaba al muelle de otro dominador de las olas, D. Evaristo Churruca.

Por si alguno de nuestros lectores no sabe dónde está ubicada la calle a él dedicada, le diremos que, en el único lugar posible y que a él le hubiera gustado: Une la Avenida Zugatzarte y el muelle de Las Arenas- Areeta, frente a los pantalanes del Club Marítimo del Abra y junto a la Escuela de Vela para niños y jóvenes que lleva su nombre y que tanta ilusión puso en ella.

 

José Luis Ugarte.- Foto: Agencia EFE

Nuestro personaje nació en Las Arenas concretamente en la c/Kresaltzu, nº 4, un 8/11/1928 siendo bautizado en la Iglesia de Las Mercedes el 17 del mismo mes. Sus padres fueron Luis Ugarte Larrauri de Bilbao y que era Técnico Electricista y Jacinta Hernández Estallo nacida en Calatayud (Zaragoza).  No tuvo una infancia fácil. Siempre la tuvo muy presente porque aunque sólo contaba 8 años cuando empezó la Guerra Civil tenía los recuerdos, amargos recuerdos,  muy a flor de piel. En su libro El último desafío nos narra sus sensaciones infantiles de temor, miedo y esperanza. Explica con una gran sencillez sus recuerdos de tiros, bombas, ataques aéreos, represalias, diferencias ideológicas entre sus familiares, el racionamiento, las alegrías cuando algún barco lograba romper el bloqueo de los nacionales y conseguía repartir víveres y provisiones entre la población, porque él y su familia estaban pasando hambre. Recuerda la entrada de las tropas de Franco en Algorta y Las Arenas, con gente que huía hacia Francia e Inglaterra en pesqueros y barcos en no muy buenas condiciones.

Aunque no todo son recuerdos ingratos, también los tenía alegres como los de cualquier chaval cuya mayor ilusión es jugar con un balón, tener una pelota con la que jugar a mano o practicar cualquier deporte. En este caso su norte siempre fue ponerse al mando de un txintxorro con el que aprendió a navegar, o construir su propio velero con unas sábanas viejas por velas y que se hundió frente al faro de Algorta. Aparte de la vela practicaba pértiga, natación, lanzamiento de peso, boxeo, etc… El caso era hacer deporte.

La familia Ugarte, finalizada la guerra, decidió que los tres hermanos varones partieran hacia Bélgica pasando por  Francia, pero nada más llegar tuvieron que volver a huir ante la llegada de los panzers alemanes. Era Mayo de 1940. Su regreso al País Vasco coincidió con la mayor ola de represión franquista y su familia no fue inmune a ella. Un tío suyo fue condenado a muerte y su pena conmutada por la perpetua. Él mismo acabó en la cárcel de Martutene, tras ser sometido a duros interrogatorios, condenados él y su compañero de viaje durante tres meses por el tremendo delito de pasar la frontera con unos pocos dólares y francos, por tráfico de divisas. Era el año 1945 y estaba estudiando en la Escuela de Náutica de Deusto  para  el cargo de Agregado Marítimo.

Nada más terminados sus estudios y conseguido el título se enroló de Agregado en el Punta Almina viejo barco con un gran capitán, Julen Arriandiaga, que a decir del propio José Luis le enseñó casi todo lo que sabía sobre navegación y le inculcó su pasión por el mar. Aprovechando una avería que le llevó al dique seco en Gijón, volvió a casa en los albores de 1952 e hizo el Servicio Militar, por supuesto, al estar inscrito le tocó en la Marina, yendo al Ferrol a pasar el Cuartel de Instrucción. Destinado a la Fragata Martín Alonso Pinzón, un cañonero salido de la Bazán-Ferrol en el verano de 1948, ejerció allí como Cabo Timonel Señalero. Algo aprendería de aquella experiencia.

Finalizada la Mili volvió a navegar ya como marino profesional durante 14 años, haciendo rutas por Europa, mar del Norte y en buques mejores que el anterior. Liverpool era su frecuente destino y en uno de sus desembarcos conoció a la chica que, gracias a una mala maniobra del barco en el que navegaba tuvo que mantenerse varios meses parado en los astilleros de esa ciudad por avería, se convertiría en su esposa, no sin antes efectuar otras singladuras más arriesgadas por el Pacífico y el río Amazonas. Fue en la primavera del año 56 cuando después de pasar unos días con la familia en Las Arenas, decidió volver a Liverpool a buscar un barco en el que enrolarse.

Lo encontró fácilmente como segundo oficial y el barco Vamos, que así se llamaba, puso rumbo al Amazonas. Allí navegando por el gran río y sus afluentes, con los indios autóctonos como guías, conoció nuevas sensaciones pues todo era nuevo para él. Nuevos olores, ruidos extraños, comidas de animales salvajes, peces peligrosos. Aquello le fascinó. Una noche de vino y rosas en Belem de Caiçara, le compró un aserradero a un inglés que estaba bajo los efluvios etílicos como él. De la noche a la mañana se encontró con que era dueño de un negocio de serrería a más de 100 Kms río arriba. Allí estuvo varios años haciendo negocios con las distintas tribus indias, asociándose con un indio de nombre Arévalo, y con algunos extranjeros dueños de negocios en las fronteras de Bolivia y Perú con los que trazó un plan. Consistía en vender su aserradero, con el producto de la venta compraría un barco de características apropiadas en Liverpool para volver luego al Amazonas y que serviría para hacer la ruta hasta la frontera con Bolivia y ganar mucho dinero con los intercambios de mercancías.

Dicho y hecho, embarcó en Nueva York e hizo la travesía hasta Liverpool, donde le esperaba, impaciente, su novia de antaño. El 18/1/1958 se casaron en la Iglesia Our Lady of Lourdes et St. Bernards de Liverpool (Inglaterra) y emprendieron una larga luna de miel.  Mi admiración hacia Edith Verónica Loftus, que así se llama su esposa y que le dio tres hijas Jacinta María, Luisa Joan y Ana Elisabeth, y hacia todas las mujeres de marinos y navegantes por sus pacientes esperas siempre con la duda del regreso feliz. Cuando después de un tiempo prudencial se disponía a comprar la embarcación adecuada para navegar por aquellas aguas brasileñas, le llegó la triste noticia del asesinato de su socio por “asuntos de faldas”. Este inesperado acontecimiento le impulsó a desistir de viajar al Amazonas para quedarse de nuevo.

Pero la vocación de marino no se quedó aletargada durante mucho tiempo. Aparentemente su matrimonio no le sujetó a la tierra. Pronto retornó a la vida normal de un marino mercante profesional, enrolándose como oficial en varias compañías convencionales en viajes por el Atlántico, Pacífico y Mediterráneo. No era lo que más le gustaba, pero era una vida más tranquila que antaño, aunque se aburría en una navegación sin alicientes para él. A pesar de ello, siempre decía que había algo más importante que el mar: Su familia, que no la estaba viendo crecer y no podía participar en su educación. Buscar un trabajo en tierra era una opción que nunca se había planteado, pero cuando su mujer se quedó embarazada de la segunda hija, Luisa, pensó que era el momento adecuado para tomárselo en serio. Esta circunstancia le dio la idea de varar durante un tiempo en tierra firme, dejar de navegar como profesión y buscar un trabajo terrestre. No lo consiguió, al menos a lo que él aspiraba. Un día cualquiera, dándole vueltas y vueltas al asunto, creyó ver la luz y asociándose con su cuñado montó un negocio de provisionista de efectos navales, estableciéndose en Liverpool durante un tiempo. Era el año 1960.

José Luis de Ugarte navegando.- FOTO: J.L. NOCITO

Sólo la familia le mantenía pegado al suelo, el influjo de las olas y el olor a salitre, el mejor perfume del mundo, le roían por dentro. No podía parar quieto, su espíritu marinero se fue imponiendo poco a poco a la mente que le pedía seguir otros derroteros más tranquilos y familiares. Vino la tercera hija y las veía crecer a las tres pero su alma aventurera se iba imponiendo como una ola que va cogiendo cuerpo poco a poco hasta que rompe. En cuanto su situación lo permitió, adquirió un viejo pesquero de vela con más de sesenta años y averiado que tenía por nombre “Orión”. Una vez puesto en condiciones y con su decisión firme de volver a Euskal Herría tomó rumbo a su querido pueblo, Las Arenas. Era el año 1969 y su primera navegación en solitario. ¿Fue en esa travesía donde se le inoculó el virus que ya no le abandonaría nunca de surcar los mares en solitario? Es lo más probable. Era ya un hombre en edad adulta, de unas facultades físicas portentosas y es lo más probable que en el Golfo de Vizcaya se iniciase el romance más desinteresado de la historia entre el hombre y el mar. Ambos se dieron el todo por el todo, uno acunando y otro dejándose acunar por un coy imaginario.

Se trajo a toda la familia y se afincó en el Municipio vizcaíno de Sopelana. A partir de ese momento, los paseos por sus espectaculares acantilados y los baños por sus preciosas playas como Barinatxe, Arrietara, Atxabiribil o Meñakoz fueron su costumbre diaria, hubiese temporal, galerna, un sol abrasador, aguas frías o calientes, los habitantes  de este pueblo costero le podían ver y saludar a su paso, bien sólo o acompañado por su perro que tanta compañía le hizo y a quien tanto quería.

Entre el año de su vuelta, 1969 y 1989 fue representante para el País Vasco de los productos de la Compañía inglesa “Castrol”, vendiendo aceites y lubricantes para motores, le nombraron Delegado Provincial en Bizkaia de la Cruz Roja del Mar, recibiendo la Medalla de Plata de dicha Institución y fue miembro de la Royal National Lifeboat Institution (RNLI), organización no gubernamental que se dedica a tratar de salvar vidas en el mar por las costas de Gran Bretaña. Pero él tiene sus sueños y éstos se convierten en realidad, iniciando un periplo de competiciones regatísticas que le llevan a abandonar el viejo Orión  sustituyéndolo por el Northwind en primer lugar, luego por el Orión-Iru,  para acabar en el Castrol Solo,  patrocinado por la empresa en la que trabajaba.

Una a una las regatas iban cayendo, la Falmouth-Azores en el año 1979 y pasados ya los 50 años, la Ostar en el 80 y en el 84, de nuevo la Falmouth-Azores en el 87 y la Calstar en el 88 ganando muchas de ellas. Para él era una verdadera satisfacción poder terminar estas regatas, pero en su fuero interno, el cuerpo le pedía más y el más difícil todavía por lo que se embarcó en un gran proyecto: Las grandes Circunvalaciones. Ya con 62 años participa en la BOC Challenge 90-91 con el Expo-BBV-92 en un momento en el que no le cuesta mucho buscar patrocinadores. Algunos creen que ya está viejo para afrontar tamaños retos pero él siempre decía que “uno es viejo cuando sus añoranzas superan a sus sueños”. A pesar de su edad se siente joven y quiere servir de ejemplo a los que lo son más que él. Ugarte se convierte en un defensor de la navegación artesanal, de la intuición del patrón y la experiencia acumulada.

En esta prueba de nivel internacional, y en aquella época, no tenía apoyos muy claros de las instituciones por lo que la salida desde Newport, en Rhode Island (E.E.U.U.) se realizó sin ruido ni mediático ni por su parte, hicieron una etapa hasta Ciudad del Cabo, otra hasta Sydney y la tercera hasta Punta del Este, en Uruguay, retornando de nuevo a Newport, pasando la noticia prácticamente desapercibida incluso en nuestra provincia hasta su final.

Con esta regata le llega el reconocimiento a nivel mundial y para él resulta una experiencia inigualable con recuerdos tales como la impresionante aurora boreal que tuvo la suerte de ver o el encontronazo con una ballena que a punto estuvo de llevar a pique su barco. Su comunión con el mar es perfecta aunque en ocasiones le lleve a los límites físicos y psíquicos de la persona. Ugarte rompe el modelo del deportista ensimismado con el mar, taciturno y huidizo que se refugia en su barco para escaparse de la vida en tierra. Seguro de sí mismo, con el pelo ya cano, ojos claros, tez curtida incansable, locuaz, fuerte, jovial cuando disfruta de la compañía de sus amigos y entusiasmado con la navegación a sus 62 años, es el retrato perfecto del hombre de mar, afirma que la regata ha sido un gran reto contra el mar y el resto de los participantes.

Si su naturaleza somática le había hecho fuerte, no lo era menos mentalmente quizá más necesario que la fuerza física para resistir meses sin atisbar tierra y sufriendo tanto los embates de olas de más de 30 metros como las encalmadas más desesperantes. Su obsesión era llegar, el puesto no era importante, tenía a gala poder decir que nunca se había retirado de una regata, y regañaba con firmeza a los que sí lo hacían olvidando, en ocasiones, que lo que en realidad se jugaban era la propia vida. Más de un contrincante y amigo se dejó la suya por latitudes perdidas en su afán por llegar a puerto.

Él no le tenía miedo a la muerte, no se ponía límites. Tampoco le importaba el puesto en que llegaba, su premio era llegar, con eso se daba por satisfecho. Su adaptación a la vida terrestre, una vez finalizada la regata, era lenta. De la soledad más absoluta a vivir rodeado de periodistas, amigos, familiares. De dormir no más de 5 horas alternas al día en unas condiciones ambientales horrendas a una mullida cama en la que le costaba dormirse. De tener que comer cuando el mar se lo permitía, a sentarse a la mesa a las clásicas horas familiares. No fue fácil su adaptación.

Y le llegó, a punto de jubilarse, la Vendée Globe de 1993, la prueba suicida, con el Europa Euskadi 93, la cumbre de su experiencia oceánica, más de 27.000 millas, sólo, sin escalas y sin ningún tipo de apoyo o ayuda ya que significaría la expulsión de la regata, con el viento como único combustible. El que fuese el más veterano de la misma con 65 años y el único del Estado no le preocupaba lo más mínimo. Las Instituciones vascas se volcaron con él, el pueblo oía hablar por primera vez de esta grandiosa regata y la salida, a su paso por el Puente Colgante de Portugalete y Las Arenas fue una manifestación de júbilo y reconocimiento hacia la gesta que allí se iniciaba. Alguien dijo que, a pesar de su edad, no quería demostrarse nada, que no se trataba de saber quién iba a ganar en el enfrentamiento entre el viejo y el mar, que sólo quería estar con su amada la mar. Permítanme que lo dude. Era el mayor reto de su vida, tanto que era consciente de arriesgarla y quería demostrar que, a su edad, podía hacerlo. A preguntas de los periodistas respondía: «¿La soledad? Eso no es lo peor, ni con mucho. Soy una persona sociable. Así que si tienes que hablar, lo haces con el barco, que te responde con sus crujidos, o con las olas. Nunca estás solo; está la Naturaleza a tu alrededor», afirmaba en 2006 al recordar aquella regata.    Esta fue su última gran regata, tenía ya suficiente. El coraje le sobraba, pero el cuerpo ya no daba más de sí: “Cuando 135 días más tarde de su salida, regresaba al puerto francés de Les Sables d’Olonne con su destartalado Euskadi Europa 93, ni siquiera el apoteósico recibimiento que le brindó una multitud que aguantó estoicamente el mal tiempo para agasajarle, libró de su cabeza los terribles momentos vividos, que se fueron conociendo con cuentagotas. Dos compañeros, que no contrincantes, de regata muertos (el norteamericano Mike Plant y el Británico Nigel Burgess), una vía de agua en su barco que le hizo pensar seria y fríamente en la muerte, escasez de víveres y la ausencia total de viento que le retuvo siete días en el Ecuador y que estuvo a punto de acabar con él psicológicamente, llevaron a Ugarte a expresarse con meridiana claridad, en medio del gentío, tras el abrazo con su mujer Edith: «No era tan fuerte como creía», dijo de sí mismo. «Es una prueba inhumana. Nunca más; es algo que sólo se puede hacer una vez en la vida»…

Después de 135 días, 6 horas y 4 minutos de singladura, esta regata, no tiene la menor importancia el puesto en el que quedó, constituyó un verdadero infierno para él y el resto de regatistas, lo que le hizo reconocer que los problemas surgidos habían superado las previsiones hechas antes de partir por lo que se decidió a abandonar la alta competición y dedicarse a disfrutar de los que más había echado de menos en la terrible travesía, su mujer, a la que prometió no volver a intentarlo, sus tres hijas Jacinta María, Luisa Joan y Ana Elisabeth, yernos y nietos. No podía ser de otra manera. Sin olvidar a su más fiel compañero de carreras y paseos por la playa, su perro Leo, un pastor groenlandés. No dejó pasar la ocasión de plasmar en un libro, El último desafío, sus vivencias más íntimas acaecidas durante este viaje, su cuaderno de bitácora, sus miedos y penurias, sus anhelos y sus recuerdos de su infancia, todo…El 16 de octubre de 1996, el Rey le impuso la Medalla de Oro al Mérito Deportivo como reconocimiento a su aventura de la vuelta al mundo en solitario. Amante del deporte, también practicaba el esquí y era un entusiasta de la montaña.

Una pregunta que nos podemos hacer es cuánto dinero llegó a ganar teniendo en cuenta que se jugaba la vida y él mismo nos contestó años después: “la única vez que recibí dinero fueron 20.000 francos franceses en la Vuelta al Mundo de Vela. Fue el premio de una empresa farmacéutica por ser el participante que acabó mejor físicamente la prueba”.

De vuelta  a sus lares percibió que su pasión estaba saciada y que su espíritu marítimo se encontraba exhausto, su cuerpo y su sentido común le estaban diciendo basta. El destino había sido benévolo con él hasta ese momento y debía dejar de jugar a la ruleta rusa. Su tiempo había pasado y el regazo cálido y a la vez desesperado de su familia le estaba esperando. Fuera quedaba la fuerza y el poderío invencible del mar. Esa mar que él había doblado en varias ocasiones. No debía tentar más a los dioses insaciables de la mar océana.

José Luis Ugarte y su perro Leo en las laderas de las playas de Sopelana.-

El paso del tiempo va curando las heridas, los recuerdos se mantienen vívidos en su memoria, la mar le sigue atrayendo aunque a su edad, como remanso en el que volcar sus conocimientos en los demás. Sobre todo, en los niños. Y hace realidad otro de sus sueños: La Escuela de Vela “José Luis Ugarte”, justo donde, desde muy niño, se acercaba para experimentar el olor a mar y disfrutar de las conversaciones de los mayores. Es probable que alguno de los cientos de niños que pasan anualmente por ella, aparte de disfrutar de la naturaleza, sueñen con emular sus éxitos. Por ahora, sería suficiente con que la amasen y respetasen.

Poco podía imaginarse, a sus 75 años, que la vida le daría una nueva oportunidad de gozar con la navegación y menos aún que fuese en una nao, la Victoria, réplica de aquella en la que Magallanes inició y Elcano cumplió la vuelta al mundo por primera vez hace 5 siglos exactamente. Esta nao fue reconstruida para su exposición y visita durante la Expo de Sevilla en 1992. En ella se combinaron por un lado los mismos materiales de hace quinientos años y por otro se añadieron las nuevas tecnologías y los instrumentos de navegación que le van a permitir navegar por todo el mundo con total seguridad pero como si estuviésemos en el siglo XV-XVI.  No iría esta vez sólo, no se trataba de efectuar un nuevo reto, más bien, lo consideraba una experiencia, una oportunidad única de disfrutar de una navegación tranquila y diferente. Fueron dos años dando la vuelta al mundo, tocando 32 puertos, 18 países y recorrer 27.000 millas marinas “en una carraca, y es que un barco del siglo XVI es como una carreta de bueyes. Pero la experiencia ha sido magnífica”. Le acompañarían 20 avezados marinos y científicos a sus órdenes siguiendo los mismos rumbos que aquéllos. Él les capitaneó y con ocasión de la Exposición Universal a celebrar en Aichi, Japón, en el año 2004 realizó la misma singladura, siguiendo los mismos rumbos que sus antecesores marinos, dentro del programa de actividades que representaron a España.

Cuatro años más tarde, el 27 de julio de 2008 sin haber cumplido los 80 deciden, entre él y Dios, que ya ha vivido demasiado, que tiene que dejar de ver el mar desde sus ventanas y dejar de escuchar la música de las olas rompiendo. Había cumplido ya su palabra de disfrutar sus últimos años de una gran familia que había aumentado considerablemente y con ella a su lado. A pesar de ello, llegó a decir: “Si no le quedan fuerzas a uno ni salud para el mar, la vida, esta vida de aquí, ya no merece ser vivida”.

Réplica de la Nao Victoria realizada para la Expo de Sevilla en 1992.- Foto: Fundación Nao Victoria

Así era él: De muchos admiradores, pero de pocos amigos. Quizá el colofón con que un amigo, navegante también,  definió lo que la gente sentía hacia el viejo José Luis Ugarte: “Cuando la desgraciada enfermedad se lo llevó por delante, se hizo un funeral náutico para echar sus cenizas en el Abra. A pesar de que le dieron bastante publicidad los medios de comunicación, al funeral solo acudimos, aunque el tiempo era desapacible como le gustaba a él, poco más de una docena de embarcaciones. Me quedé sorprendidísimo del escaso acompañamiento que tuvo en su última navegada el más grande navegante contemporáneo que ha dado el País Vasco. Más de uno nos preguntamos ¿porqué?. Era hombre solitario, de mucho carácter y pocos amigos.

Cónsul honorífico de Bilbao y premio Bizkaia de la Diputación, en 1995, su municipio natal, Getxo, le nombró hijo predilecto, puso su nombre a una calle que mira al Abra y llamó “José Luis de Ugarte” a la Escuela de Vela. De todas esas distinciones, la que más sorprendió al galardonado, a juzgar por su primera reacción, fue la del Ayuntamiento de Getxo: “Nunca imaginé que iban a dar mi nombre a una calle”, confesó al recibir de manos de su Alcalde, la medalla de oro del Municipio.
El Consejo Superior de Deportes le concedió la medalla al mérito deportivo en 1991, y el Rey Juan Carlos le entregó el 16 de octubre de 1996 la del mérito naval.

Rfas. A.D.D.B.- ES/AHEB.-BEHA/F006.198 (7954/002/00).-Libro 4º.- 1928-1933, Folio 53-54, nº 132.-
JOSÉ LUIS UGARTE HERNANDEZ.- El último desafío- Editorial Juventud.-1997.
RAMÓN DE LA ROCHA.- El Correo.com.- Agencia EFE.- 27/7/2008.
MARTA NIETO.- La última travesía del viejo lobo de mar.- El País.- 9/10/2004.
JUAN CARLOS CUBEIRO.- Hablemos de talento: José Luis Ugarte.- Madrid.- 29/7/2008.
JAIME LÓPEZ-CHICHERI.- El viejo y el mar (J.L.Ugarte).- WordPress. 3/4/2013.
EL MUNDO.- Obituario.- 27/7/2008
2/1/2015

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